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que provoque llanto, las parestesias propias del

calambre o secundarias a una mala posición

sostenida pueden ser bastante desagradables

pero su efecto no podría considerarse como

para provocar llanto, etcétera. Sin embargo,

cualquiera de las condiciones descritas van a

provocar llanto en el lactante, no como una

expresión de sufrimiento sino más bien como

la de un profundo desagrado, comparable a la

que siente el niño después de alrededor de los

10

meses cuando es examinado por su pediatra,

con quién hasta entonces se reía gustoso, pero

que el desarrollo de su personalidad y el proceso

de individuación característico a esta edad le

hace sentir como una invasión a su persona,

por lo que llora expresando su molestia.

Pero como no todo es absoluto, se demostró

la elevación de las citoquinas proinflamatorias

IL-

1

beta, IL-

8

y TNFalpha en el líquido gingival

crevicular del diente primario en erupción, y

esta elevación mostró correlación con síntomas

generales atribuidos a la dentición: IL-

1

beta

y TNFalpha con la presencia de fiebre y

trastornos del sueño; IL-beta e IL-

8

con molestias

gastrointestinales; IL-

1

beta lo hizo trastornos

del apetito. De esta manera, un grupo de

lactantes con un umbral de sensibilidad mayor

al efecto de estos mediadores, podría presentar

molestias más significativas con la dentición,

desagradables, representadas externamente

como llanto, el que refleja la expresión de su

incomodidad, no un sufrimiento, y en caso

alguno justifica las medidas ampliamente

difundidas respecto del uso de anestésicos

locales o analgésicos sistémicos.

MITO #

3

Si el niño presenta diarrea, diluya la leche a la

mitad y evite las verduras verdes y las grasas.

Una de las medidas terapéuticas que más daño

ha ocasionado en la historia de la salud infantil,

es el “reposo digestivo” indicado ante la

presencia de una diarrea. Esta medida no sólo

agrava el estado de deterioro nutricional previo

al episodio diarreico, frecuente en países con

malas condiciones de saneamiento ambiental,

que se suma al que provoca la infección

digestiva, sino que además interfiere con los

mecanismos intrínsecos neuroendocrinos que

regulan el trofismo intestinal, la flora intestinal

y la respuesta inmune local, contribuyendo al

mecanismo de daño iniciado por la infección,

comprometiendo más el estado nutricional, la

acción inmunológica y cerrando el ciclo vicioso

al interferirse los mecanismos de reparación

de la mucosa intestinal afectada.

Como el ayuno tiende a disminuir el volumen

de las deposiciones, durante años existió la

tendencia a la suspensión de la alimentación

provocando períodos de ayuno y semiayuno de

varios días, con una realimentación posterior muy

cautelosa; por otro lado, el propósito de diluir

la leche se basaba en el concepto de disminuir

la carga de lactosa, la que al no poder digerirse

completamente, a través de un mecanismo

osmótico, podría contribuir a agravar la diarrea.

Las ventajas de la realimentación precoz las

demostraron hace

60

años Chung y Viscorova,

quienes observaron que en niños desnutridos

con diarrea, al aumentar la ingesta de nutrientes

aumentaba la absorción en cifras absolutas sin

que se produjeran cambios desfavorables en la

evolución clínica o en la duración de los episodios.

Además, hoy se sabe que períodos relativamente

cortos de ayuno se asocian a disminución de la