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Guías de Práctica Clínica en Pediatría

La calidad de vida es un valor que debe ser tomado en cuenta en las decisiones terapéuticas

que se van a adoptar ante niños con necesidades especiales. Según la OMS la calidad de vida

es «la percepción de los individuos, de su posición en la vida, en el contexto de la cultura y del

sistema valórico en que viven y en relación con sus metas, expectativas, normas e intereses’’.

Es en su carácter normativo que la calidad de vida nos obliga a pensar en consideraciones

éticas. La obligación a la vida debe estar relacionada a la calidad de vida y en algunos casos

puede ser tan baja como para desestimar toda obligación de preservarla. También hay que

tener presente que la presencia de una minusvalía, en otras palabras, de una calidad de vida

baja, no justifica quitar una vida o negarle los medios ordinarios para preservarla, pues estas

actitudes equivalen al homicidio. La calidad de vida tiene un sentido personal: No tendrá igual

significado perder la movilidad de los dedos para un violinista que para un obrero agrícola.

Del mismo modo un paciente cuya percepción de la calidad de vida disminuyó al comienzo de

su enfermedad por tener que abandonar los estudios, puede llegar a conformarse con no sentir

dolor.

Futilidad terapéutica

La futilidad tiene una doble vertiente, ya que por un lado implica la instrumentación de

medidas terapéuticas que serán inútiles con sus diferentes repercusiones (dar falsas esperanzas

a la familia, incrementar los costos institucionales, etc…) y por otro la temida prolongación de

una vida llena de sufrimientos, que sin dudas es mucho más grave.

Estas consideraciones tienen gran importancia ya que la revolución tecnológica y

científica que surgió en la segunda mitad del siglo XX permitió el surgimiento de una serie de

conflictos inéditos, nunca vistos previamente en la Medicina. Para evitar caer en la futilidad

terapéutica es necesario evitar la postura de “hacer todo lo que se puede hacer”. Hay que

indicar aquellas medidas que cuentan con alguna evidencia que van a ser de utilidad en

relación a los fines que se persiguen en una situación determinada.

Fútil viene del latín,

futilis,

que significa de escasa importancia, y son sinónimos: baladí,

trivial, insustancial. En última instancia, lo que se pretende significar es que el tratamiento

carece de importancia en relación a las consecuencias. Algunos bioeticistas sostienen que la

futilidad se da cuando el médico no reconoce que la vida tiene sus límites, que ciertos manejos

terapéuticos sin sentido atentan contra la autonomía y la dignidad de la persona.

En algunos niños con graves deficiencias y muy mala calidad de vida es necesario evitar la

futilidad terapéutica y más bien escoger una proporcionalidad terapéutica.

Proporcionalidad terapéutica

La Medicina está al servicio de la humanidad y por lo tanto el médico en todos sus actos

buscará el bien de su paciente. La limitación de los tratamientos en ciertas circunstancias, se

inscribe dentro de este objetivo.

Se trata de tratamientos cuya no implementación va a tener como resultado acelerar la

muerte del niño gravemente enfermo. Entre ellos se incluye la ventilación mecánica, diálisis o

el uso de determinados antibióticos entre otros. Incluso, dentro de este conjunto algunos

incorporan la alimentación e hidratación, cuando son aportados en forma no natural. La

proporcionalidad terapéutica consiste en la obligación moral de implementar todas aquellas

medidas terapéuticas que guarden una relación de debida proporción entre los medios

empleados y el resultado previsible. Se plantea ante un mal pronóstico vital o una

supervivencia con una inaceptable calidad de vida.

Un aspecto esencial en esta decisión es LA SEGURIDAD EN EL DIAGNÓSTICO Y EN

EL PRONÓSTICO. Cuando existen dudas en algunos de estos aspectos es necesario optar por

la mantención de los tratamientos, hasta que estas dudas sean dilucidadas. Las decisiones en