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abril

2016.

Volumen

15

-

N

°

63

fueron pioneros en nuestro país y quisimos

aprovecharlas para nuestro Programa en Calbuco.

Esta interesante actividad nos permitió lograr el

cariño de las señoras de Calbuco, pueblo en el

cual la ingesta alcohólica era desde temprano,

diaria y copiosa. Con frecuencia entrábamos a los

bares y tugurios del pueblo a sacar algún

integrante del

club de abstemios Nueva

Esperanza,

que había recaído o era inducido a

una recaída. Recuerdo más de alguna vez, en

pleno gobierno militar, haber entrado a uno de

estos bares, reprochando la conducta cobarde

de sus amigotes, sacar al abstemio en recaída

del lugar y llevarlo a su casa. Muchos de estos

alcohólicos en proceso de recuperación eran

dueños de carnicerías. Cuando llegaba a mi casa

y mi señora me mostraba la mejor carne que nos

habían llevado de regalo, mi pregunta preocupado

era ¿quién recayó ahora? Era una clara señal.

La extrema ruralidad del Departamento de

Calbuco con sus islas y localidades costeras

era otro desafío tremendo. Una enfermera que

trabajaba en Puerto Montt en Epidemiología,

decidió emigrar a Calbuco. Sus conocimientos de

Epidemiología y Salud Pública permitieron crear

un excelente

Programa de Salud Rural,

con visitas

periódicas del equipo de salud constituido por

dentista, a veces médico, enfermera, matrona y

técnicos paramédicos. La lancha que se utilizaba

para estos viajes había sido dada de baja

por el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG),

reacondicionada por el hospital, aunque persistían

problemas de estiba, que se solucionaban con

una gran piedra. Tarea fundamental de algunos

de los integrantes del equipo en las situaciones

de mar gruesa era acomodar la piedra para que

la lancha no se hundiera. Era tan rudimentaria

que en un concurso abierto para ponerle nombre,

ganó el de

“La distrófica”.

Muchas veces me tocó

ir a avanzada hora de la noche, con mi perro

(El Llanquihue), al muelle a esperar al equipo de

terreno, temiendo una zozobra.

Nuestro

perro Llanquihue

era un personaje en

el pueblo. Su tarea primordial era acompañar

todas las mañanas a los consultantes que iban al

hospital, distante media cuadra. Cuando tenía que

operar, sobre todo en la noche, me acompañaba

hasta la pieza de vestir. Cambiado de ropa para

la operación, se hacía cargo de mi vestimenta,

echándose sobre ella y no permitía que nadie

se acercara. Los funcionarios de adrede iban

a molestarlo, pero no había caso, era un muy

buen perro guardián. Además le gustaban los

curantos y muchos profesionales y funcionarios

del hospital lo pedían prestado para asistir con él

a un curanto en algún lugar del pueblo.

Con el propósito de mejorar la educación en salud

de la población algunos profesionales utilizamos

el método de

Organización y Desarrollo de la

Comunidad,

aprendido del Profesor Amador

Neghme y Dr. Roberto Belmar, ambos de la

cátedra de Parasitología de la Universidad de

Chile. Largas y nocturnas jornadas de educación,

hasta avanzadas horas de la noche. Era tal

nuestro entusiasmo y el de los centros de

Madres, que no nos dábamos cuenta de la hora.

No satisfechos con estos resultados se cambió

al método

“Plataforma mínima operante para la

Comunidad en Salud” que contenía

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unidades

básicas.

Lucida actuación en esta actividad le

cupo a la enfermera a cargo del Programa de

Salud Rural, que tenía experiencia en trabajos con

la comunidad, con esta otra metodología. Además

todo estaba enriquecido con milcaos, chapaleles,

roscas chonchinas, chochoca (o trotroyeco) y

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