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7

Abril

2014.

Volumen

13

-

N

°

56

de cerrar la puerta, déjela como la encontró”,

o

cuando me decía

“está bien, para Ud. problema

existente, problema resuelto, así deberían ser

todas las personas”;

el Dr. Santiago Rubio Arce,

con quien trabajé años después en el Servicio de

Pediatría del H. Paula Jaraquemada, hoy H.C.S.B.A.

sólo tenía referencias de él, a través de mis

colegas, muy buen médico, humano y sensible,

tenía una debilidad: pedirle a mi colega Eugenia

Moreno,

“una presita de pescado frito”,

cuando

se preparaba para los niños mayores porque lo

encontraba rico y bien elaborado. Recuerdo su

infaltable presencia las noches de Año Nuevo,

después de las

24

hrs., en que llegaba a saludar

al personal de turno. La Dra. Lina Boza C. la

conozco de sus inicios laborales, siempre muy

profesional, luchadora y entregada por completo

a sus pacientes, gran capacidad de trabajo y estilo

organizacional, sinceramente la admiro mucho. El

Dr. Miguel Ferrari A., profesional del cual recuerdo

varias facetas, una de ellas y predilecta para él,

cuando yo contaba que era de una apuesta figura,

tostado con un abundante pelo castaño, con

uniforme blanco, era, de un gran atractivo, para

recrear la vista, tenía una vanidad sana cuando

me decía:

“mijita, cuente como era yo”.

El Dr. René Artigas N., entregó todo su tiempo y

pasión profesional a los niños quemados, tarea

en la cual pusimos todos nuestros esfuerzos y

experiencia en el campo de la nutrición.

Quisiera destacar al Dr. Carlos Allende Gaete

(Q.E.P.D.), uno de los Directores del Hospital

Arriarán, quien llegaba a la Central de Alimentación

a las

07:30

de la mañana y me decía

“contento,

Señor, contento”.

Así éramos felices y sonrientes.

Existía en alimentación, la autogestión, con

presupuesto anual, al llegar octubre nos sobraba

dinero y preparábamos exquisiteces en el régimen

normal: arroz a la valenciana; pollo arvejado,

en ese tiempo el pollo era un lujo; empanadas;

humitas; pastel de choclo; asados de vacuno;

ensaladas con aceitunas. Todo preparado

manualmente por nuestro personal dado que

contábamos con algunos equipos de cocina que se

mantenían en buenas condiciones.

Todos los funcionarios teníamos gran capacidad

de trabajo para desempeñar nuestras tareas,

nunca reclamos por exceso de trabajo, sí por las

bajas remuneraciones.

Volviendo al Dr. Allende, época de los más bellos

jardines del Hospital Arriarán, era una de sus

satisfacciones pasearse y contemplar las rosas,

la naturaleza existente. Nuestra conversación era

cercana por afinidades de trabajo, por el afán

personal, me pidió que hiciera algunos cursos

en el Instituto de Salud Pública, lo cual no me

agradaba. El Dr. Allende era perseverante en

sus ideas, de tal modo que finalmente le hacía

caso, él se sentía gratificado, porque la primera

vez que postulé, obtuve el tercer lugar del

grupo multidisciplinario. En verdad tenía razón,

amplió mi horizonte del conocimiento, del

aprendizaje y del desarrollo personal; sufrí como

no lo pueden imaginar, un año duro, que hoy

recuerdo satisfecha y agradecida.

Esto me inspiró a seguir haciendo otros cursos, la

meta del Dr. Allende, era que fuera Nutricionista

Jefe del Hospital que estaba construyéndose, hoy

Hospital Clínico San Borja Arriarán (H.C.S.B.A.),

su visión futurista se cumplió y recuerdo con

mucho cariño y nostalgia cuando me decía:

“cuando seas Nutricionista Jefe de ese Hospital,

yo estaré muerto y espero que te acuerdes de mis