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disposición de ayuda mutua en lo profesional

y personal. Éramos un grupo de vocación y

servicio público, todo trabajo que emanaba de

los niveles superiores y/o requerimientos propios,

eran realizados por todas, cada una exponía sus

ideas con respeto, sin descalificaciones ni afán de

lucimiento. Así surgía el desarrollo de la misión,

estábamos muy bien organizadas, programadas y

cumplidoras de nuestras funciones; las órdenes

de los superiores eran para cumplirlas no para

discutirlas, la disciplina, establecida en forma

tácita, permitía un orden lógico, sin

cuestionamientos, tareas que todas asumíamos

con agrado, con la satisfacción del deber

cumplido; nuestro lugar de encuentro era el

comedor, nos sentíamos bien. Contábamos con

valores básicos y esenciales entregados por

una familia de clase media, donde el esfuerzo

predominaba. No nos interesaban las apariencias,

teníamos riqueza espiritual, que nos hacía

personas felices, positivas, altruistas, nadie

luchaba con individualismo, egoísmo o sentido

de competencia, actuábamos solidariamente como

grupo, no existían los sub-grupos, éramos uno solo.

En aquel tiempo teníamos que ser más creativos

con los recursos que teníamos. Nuestra base

eran los alimentos convencionales fórmulas

nutricionalmente adaptadas, porque no existía la

gama de productos comerciales que existen hoy

en día. Contábamos con fórmulas sin lactosa,

sin gluten, la famosa

“Bomba Talbot”

para

quemados, la presentación de la

“bandeja de

prueba”

para estimular el apetito de los pequeños

desnutridos, la dieta modular original de la

Dra. Sonia San Martín, Gastroenteróloga Infantil,

la que al principio no fue exitosa porque

se aplicaba tardíamente. Contamos con

preparaciones para pacientes neurológicos,

nefrópatas, etc. El buen resultado de la

planificación de estas dietas, al margen de lo

técnico, eran las preparaciones realizadas por

nuestras auxiliares de alimentación. Personal

comprometido con su quehacer, capacitado y

supervisado directamente por la Nutricionista

a cargo; como entre todos nos ayudábamos,

conseguíamos análisis bacteriológicos y

proximales para tener certeza higiénica y

nutricional; era una sociedad donde nadie

se atribuía los éxitos, éstos eran del equipo

multidisciplinario que participaba en la

recuperación de los pacientes, la evidencia de

donde provenía, se recibía con humildad,

así seguíamos luchando para ser mejores en

forma integral.

Las hojas del calendario idas, nos han hecho

olvidar situaciones vividas, que hoy recuerdo con

nostalgia y a la vez con la dicha profunda de

haber compartido con personas de alma, mente y

cuerpos sanos, a quienes llevaré por siempre en

mi corazón, a esas “Dietistas” hoy Nutricionistas

por revalidación de título. Nuestro pensar y actuar

eran muy semejantes, destaco con mucho cariño a

Nancy Valdés, hoy jubilada feliz. Su entrega como

persona, formación y apoyo a los demás, permitió

que hiciera muchos cursos de postgrado. En

general ante estas circunstancias u otras que se

presentaban, nuestro equipo cumplía sin quejas,

reclamos por cansancio, por calor o frío, porque

los Servicios Clínicos estaban distantes, algunos

externos, incluso fuera del Hospital. En calle San

Francisco, estaba la Sala Cuna y Jardín Infantil y

el Sanatorio Susana Palma donde debíamos rotar

mensualmente, estaba ubicado en el paradero

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de Gran Avenida (frente a la plaza Placer).

Por ese entonces, también se rotaba por