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de Alberto, ya que impotentes vimos desaparecer

uno a uno a nuestros queridos compañeros.

Sin embargo, el Dr. Veloso supo sobreponerse

a este enorme dolor y logró reorganizar de nuevo

el Servicio en mejores condiciones que antes de

la tragedia”.

Continúa el Dr. Gutiérrez

“El pabellón de

operaciones, situado en la parte central del

3

er.

Piso, estaba constituido por una antesala de

lavado y preparación de material y se continuaba

con el quirófano que era una sala amplia con

2

mesas de operaciones colocadas paralelamente

a unos

2

ó

3

metros de distancia. La anestesia

la daban enfermeras, usando éter en un aparato

de Ombredanne o cloro-éter, en mascarilla “a la

reina” en circuito abierto. El olor a éter era tan

intenso que después de una mañana en Pabellón,

los Cirujanos quedábamos impregnados a su olor

por el resto del día.”

Describir el dantesco cuadro que presenciamos

es imposible ante tanto estruendo y dolor. Ver a

todos nuestros amigos y colegas prácticamente

destrozados y con graves quemaduras, mientras

continuaban explotando los frascos de éter y las

llamas aún no se apagaban.

El trágico balance fue:

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muertos en forma

inmediata o a los días siguientes, después de una

prolongada agonía. Los dos pequeños pacientes

fallecieron en forma instantánea. De los

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médicos:

la Dra. Ana María Juricic, joven y promisoria

colega, que se iniciaba en la práctica de anestesia,

quedó prácticamente destrozada, al estar al lado

del tubo que explotó primero, falleciendo a los

pocos minutos. El Dr. Mario Torres K., magnífico

anestesista y gran compañero de trabajo, cuyas

heridas y quemaduras lo llevaron

a la muerte a

la semana siguiente. El Dr. Enrique Zabalaga,

eminente traumatólogo, con lesiones abdominales

y de pelvis que terminaron con su vida. El

Dr. Jaime Palominos, joven y talentoso cirujano de

27

años, cuyas lesiones abdominales y torácicas

le provocaron la muerte antes de

24

horas.

Además quedaron con lesiones graves pero

felizmente no mortales: el Dr. Olimpo Molina,

eminente traumatólogo, con sección del paquete

vasculo-nervioso de la axila que aunque fue

intervenido de inmediato, quedó con graves

secuelas que le inutilizaron en forma definitiva

la extremidad superior derecha. El Dr. Alfredo

Raimann N., con sección de tendones flexores de

unamanoque fue necesario intervenir, lograndoun

excelenteresultadofuncional,loquelehapermitido

llegar a ser una autoridad en malformaciones y

patología de cadera, reconocido mundialmente.

Además todo el personal que se encontraba en

el pabellón sufrió lesiones de diversa gravedad,

aunque no mortales. Sin embargo varias de ellas

invalidantes,

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amputaciones de piernas, lesiones

y secuelas de quemaduras que dejaron para

siempre la huella indeleble de esa trágica mañana,

que afectó a nuestro hospital y provocó gran

conmoción y duelo en el país e internacionalmente.

Es necesario recordar los nombres de todos los

colegas fallecidos, porque ellos son sin duda “los

mártires de la Cirugía Pediátrica Chilena”.

El Dr. Santiago Rubio Arce, connotado pediatra,

Premio Julio Schwarzenberg Löbeck

1982

y futuro

Jefe de servicio del mismo Hospital Arriarán

recuerda entre sus vivencias:

“El cuarto y trágico suceso, que no puedo dejar

de recordar, acaeció el día

6

de Mayo de

1963

. Me

Abril

2013.

Volumen

12

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N

°

52