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Hace

50

años sucedió una de las más grandes

tragedias en los hospitales chilenos, quizás el

mayor que registra la Anestesiología mundial,

duro aprendizaje y con alto costo en vidas

humanas.

Ese día lunes

6

de mayo de

1963

, en los

momentos en que la menor de

5

años J. S. P.

entraba en camilla a la sala de operaciones del

pabellón del Hospital Manuel Arriarán llegó su

madre. Venía caminando desde la calle Manuel

Antonio Tocornal, cercana al hospital, pensativa

y preocupada por la salud de su hija. La madre

le preguntó a su hija

¿Qué quieres?,

la pequeña

Julita cerró sus ojitos y le dijo

“un besito”

. Fue lo

último que supo de su hija, portadora de secuelas

de poliomielitis y citada para una segunda cirugía

correctora de sus secuelas en extremidades

inferiores. La enfermera apuró el paso para que la

pequeña entrara al pabellón. Seis médicos y siete

auxiliares de enfermería preparaban en silencio

el material para la operación. Dos grandes

lámparas iluminan las dos mesas de operación

que disponía el pabellón. En la otra, está el

niño E. S. C. de

9

años de edad, que ya llevaba

más de

20

operaciones por malformaciones de

extremidades inferiores, pero ésta sería la última

y podrá caminar sin problemas. Su madre lo

movilizaba en los tranvías de la época, desde

Independencia hasta el hospital. En tan largos y

tantos viajes pensaba

“Tal vez más adelante nos

permitan a las madres de los niños hospitalizados

permanecer con ellos durante el día e incluso en

la noche. Debo viajar desde lejos para verlo solo

unos minutos y a través de un frío vidrio de la

ventanilla”.

Frente a cada mesa quirúrgica un

equipo constituido por el cirujano, su ayudante,

arsenalera, auxiliar y un médico “volante”. Todo

listo, con el silencioso ritual típico de los

pabellones de hospital de aquella hermosa época.

En medio del silencio expectante, el Dr. Olimpo

Molina Valdés ordena:

“Pueden empezar a colocarle el ciclo…”

En la mesa del lado sur va a iniciar su trabajo

el Dr. Enrique Zabalaga Justiniano, con el joven

y promisorio Dr. Alfredo Raimann Neumann de

ayudante, anestesista el Dr. Mario Torres Kay. En la

otra mesa, al costado norte, el Dr. Olimpo Molina

sonríe amistosamente a su colega diciéndole

“te veo animoso”

. El Dr. Jaime Palominos Zúñiga

responde

“siempre estoy así”

. El equipo de

anestesia en esta mesa es manipulado por una

joven y encantadora doctora, Ana María Yuricic

de Hevia, quien recientemente había contraído

nupcias con el pediatra Patricio Hevia Rivas. Ambos

pacientes duermen bajo anestesia. De pronto, un

estampido seco, luego otro y otro. El pabellón se

convierte en un infierno de destrucción y muerte

y las esquirlas saltan cual bomba de racimo.

Eran las

08:55

hrs. de la mañana de ese día lunes

6

de mayo de

1963

. Una llamarada azul se escapa

por las ventanas del tercer piso del hospital, hacia

la calle Sta. Elvira, escuchándose el estampido y

.

EDITORIAL

.

TRAGEDIA EN EL HOSPITAL DE NIÑOS MANUEL ARRIARÁN

LUNES

6

DE MAYO DE

1963

Dr. Francisco Barrera Q., Pediatra, Neonatólogo, Servicio de Pediatría, Hospital Clínico San Borja Arriarán.

“Porque murieron por nosotros, siguen viviendo entre nosotros”

Mártires de la Cirugía Infantil Chilena

Abril

2013.

Volumen

12

-

N

°

52