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I

Mis guardias de pediatría como internista de

retén del CASMU eran todos los martes (¡salvo

las vacaciones!). Así pues, en vez de los martes

¡orquídeas!, los martes ¡retén! Coincidían con uno

de mis días de consulta, que se extendía toda

la tarde, lo que hacía que algunas veces, muy

contadas, tenía que interrumpirla por resolver un

caso urgente, cosa no muy cómoda pues los

sanatorios de la Institución quedan muy cerca del

Sanatorio Larghero, donde tenía mi consulta.

Fue un martes de

1974

. El telefonista-recepcionista

del Sanatorio N°

2

<<Constancio Castells>>, en la

actualidad intendente del Sanatorio, don Duncan,

me llamó por teléfono a la consulta para decirme:

<<Doctor, aquí hay una señora desesperada porque

su hija no come. Como creo que no es un caso

para que Ud. venga en seguida y como la madre

está muy angustiada y dispuesta a que le resuelvan

cuanto antes el problema, si quiere la envío por

allí>>, a lo que accedí gustoso.

Media hora después estaban la madre y la niña

ante mí. Empecemos por la madre. Era una

española, una gallega fornida y rubiona que me

dijo: <<Doctor, ¡La niña no come! No es un decir.

¡No come nada! Hace tres días que no prueba

bocado>>, e irrumpió en un sordo e incontenible

llanto. Recién entonces me detuve a observar a la

niña. Tenía cuatro años, pero parecía de siete por

su altura, larga, flaca, bien coloreada, de

semblante risueño y dispuesta a hablar. Al

mirarnos observé en ella algo que me dejó

impresionado, sus pupilas se movían

horizontalmente como el disco del péndulo de un

pequeño reloj: ¡Un claro nistagmus! Espontánea y

risueñamente la niña empezó a hablar, a hablar

en forma incontenible y llamativa para su edad.

Me explicaba que no tenía ganas de comer, que

cuando tuviera prefería tal o cual alimento, que

tal otro no le apetecía sino bajo cierta forma.

Una locuacidad incontenible y eufórica.

El que quedó contenido y nada eufórico fui yo. El

diagnóstico está hecho: tumor del quiasma óptico

dando el patognomónico y típico síndrome de

Russell: emaciación, euforia (cocktail party

síndrome) y nistagmus. Se agregó en este caso

el hipercrecimiento. La madre se calmó cuando

le dije que comprendía su angustia pues la niña

tenía una enfermedad que le quitaba el apetito y

era necesario internarla inmediatamente. Quedó

así la pobre madre más tranquila, había una causa,

que me libré muy bien de decirle en ese momento

cual era, y cuyo tratamiento empezaría de

inmediato. <<¡Si lograra hacerla comer, doctor! >>

era su única preocupación.

Cuando de noche llegué al sanatorio ya estaban

los primeros exámenes realizados: síndrome de

hipertensión endocraneana, con disyunción de

suturas, edema crónico bilateral de papila. Me

dispuse a llamar al neurocirujano, doctor Walter

Perillo, quien vino inmediatamente. Quedó

asombrado con la historia clínica, e indicó

una arteriografía que al día siguiente realizó el

doctor de Tenyi, la que puso en evidencia un

enorme tumor de la base proyectado a nivel

del quiasma óptico e invadiendo zonas vecinas.

Quedaban dudas sobre la operabilidad, por lo

cual y dado el tamaño y localización profunda

del tumor hicimos una consulta con el profesor

Román Arana Iñíguez, quien concurrió al día

siguiente. Los tres vimos a la flaca y eufórica

paciente y su arteriografía, que delimitaba una

enorme masa pro y supraselar.

enero

2018.

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