Previous Page  12 / 24 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 12 / 24 Next Page
Page Background

No tengo experiencia en niños, pero voy a hacer

como Ricaldoni, dijo

2

. Era un tumor de difícil

abordaje, muy grande, de naturaleza desconocida

y cuyo pronóstico es muy malo. Pero ante la

disyuntiva lo mejor era sacarlo. Y con Perillo

hicieron las consideraciones quirúrgicas

pertinentes. Se operó. Era una enorme masa

inextirpable en forma completa, que Perillo y

Miguel Estable, que lo ayudaba, intentaron

reducir con poco éxito; así era de vascularizada

y friable su textura.

El posoperatorio fue tormentoso, hizo crisis de

descerebración. Sufrimiento de tronco por un

edema cerebral difícil de controlar, pero todo

esto fue cediendo, aunque quedó con una

descerebración casi completa. Meses después

murió, afortunadamente, pues sólo tenía vida

vegetativa.

Llevé personalmente los trozos de tumor, junto

a un corto resumen de la historia clínica, al

neuropatólogo del Instituto de Neurología, Pedro

Médoc, quien los recibió con particular deferencia.

Pocos días después me llamó para que fuera a

ver los preparados y retirar el informe. No me

hice esperar. Al día siguiente estaba en su

laboratorio. En cuanto me vio me dijo con su

habitual seriedad, serenidad y corrección de

expresión, que tan bien le cuadraban: <<¡Mañé,

me trajiste el Paraíso en formol!>>. Y recorriendo

con su mirada la mesa tomó un preparado que

rápidamente enfocó en su microscopio y me hizo

mirar: se trataba de un gliohemangioblastoma de

una variedad rarísima que lo había trastornado

por su singular belleza histológica.

II

He asistido cuatro pacientes con este particular y

patognomónico síndrome, que fácilmente relevado

permite hacer el diagnóstico con total certeza. Fue

descrito por Russell en

1951

, basándose en varios

casos.

3

El primero que vi fue en

1959

, siendo jefe de

Clínica del profesor José María Portillo, con Atilio

García Güelfi, quien realizaba con gran éxito y

competencia la primera neurocirugía del niño en el

país. Había ingresado la tarde anterior un niño

de nueve años, largo y flaco. ¡pesaba nueve kilos!.

El examen era completamente normal, salvo su

indiferencia ingenua y risueña a su estado y el

inefable nistagmus. Luego de los exámenes

habituales para esos casos - en aquellos tiempos,

radiografía, estudio oftalmológico y una

neumoencefalografía que practicamos nosotros

mismos-, pudimos ubicar el tumor de la base

y pensamos que podría tratarse de un

cráneofaringioma aunque no tenía calcificaciones

supraselares.

Fue operado en nuestro Hospital Pedro Visca,

hazañas que se repitieron durante varios años,

y debemos decir que con el mayor de los éxitos.

Era un enorme glioma de esa región que invadía

el quiasma y que afortunadamente pude extirpar

casi por completo. El posoperatorio no tuvo

accidentes, y a los pocos días empezó a

alimentarse bien, y a aumentar de peso. Se fue

de alta en excelentes condiciones generales, de

buena salud, aunque ciego. El quiasma óptico,

totalmente atrofiado por la compresión del tumor,

había sufrido una última aniquilación con la

extirpación del mismo. Años después lo vimos,

siendo ya adolescente, tocando el acordeón en

la estación de ferrocarril Atlántida. No sería extraño

que aún deambule por esos lares. Se llama

Jorge Barreto.

12

enero

2018.

Volumen

17

-

N

°

71