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abril

2016.

Volumen

15

-

N

°

63

destinados a enfrentar los problemas en salud

infantojuvenil más habituales en los distintos

niveles de complejidad, estos programas se

estructuran con turnos de residencia en un

servicio clínico, como una actividad transversal a

la duración completa del plan de formación.

Este pilar sostiene y articula rotaciones por

distintas subespecialidades, unidades de apoyo y

la atención primaria en salud. En este escenario

de trabajo preferentemente conectado con las

actividades de turnos en residencia hospitalaria,

es importante reflexionar en relación al perfil

y habilidades que el residente en formación debe

tener.

¿Es importante el diagnóstico etiológico en el

paradigma de la atención en salud en el escenario

de la guardia pediátrica de piso?

Por décadas se ha entendido que el diagnóstico

etiológico permite el más alto estándar en los

cuidados del niño hospitalizado. No obstante,

focalizarse en enfrentar el manejo inicial del

paciente en exclusiva atención a la etiología

específica, en muchas oportunidades, puede

inducir a desperfilar el manejo integral basado

en la evaluación sistémica del paciente.

Ejemplos abundan, pero hagamos un análisis

práctico. Lactante de

18

meses con dificultad

respiratoria, febril, taquicárdico y con signos de

mala perfusión. Su enfoque se orienta a priorizar

el tratamiento quirúrgico del empiema pleural y

se difiere el tratamiento del shock séptico. Como

resultado final se asiste al desarrollo de un

shock refractario.

El residente debe modificar su aproximación,

priorizando la evaluación y categorización

oportuna del estado funcional del enfermo. No

debe diferir los tiempos y ventanas de

oportunidad. Debe liderar estas acciones

promoviendo el enfoque integral e integrado por

el equipo de salud.

Sus habilidades y destrezas obligan a

estándares mínimos que deben ser acreditables

y permanentemente reevaluados. Deben estar

presentes siempre aproximaciones escalonadas

que incluyan la integración de los diagnósticos

localizatorios y sindromáticos con el posible

diagnóstico etiológico. Sin embargo las acciones

conducentes a estabilizar al paciente, incluyendo

estándares de traslado seguro son más

importantes que las acciones comandadas por

las derivadas de los diagnósticos etiológicos,

descontextualizados del estado funcional del

paciente.

Lo mismo debe establecerse respecto del

registro de los sucesos en la ficha clínica, hecho

fundamental que, sin embargo, no puede

priorizarse por sobre las acciones destinadas a

evitar el deterioro clínico y potencial mortalidad

del paciente inestable hasta que se logre su

estabilización funcional.

En el otro extremo, los eventos clínicos que se

sucedan en un contexto de mortalidad cierta,

si son enfrentados mediante una evaluación

sistémica, compartiendo la toma de decisiones

y la autonomía en las deliberaciones del propio

paciente y su familia, contribuye a aliviar la carga

emocional vinculada a la asistencia de la muerte

de niños y adolescentes, tanto a los padres como

a los equipos de salud. La dignidad de la muerte,

con cuidados y decisiones paliativas que incluya

analgesia y sedación controlada, no deben

plantearse como aproximaciones compasivas sino

como determinantes obligatorios del residente.

En suma, el apropiado manejo de las diversas

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