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17 Julio 2006

Epidemiología

Dieta mediterránea tiene mejores efectos cardiovasculares que regímenes bajos en grasas

Estos resultados sugieren que el positivo impacto de la comida mediterránea, ya observada en otros estudios epidemiológicos, es ejercido en parte a través de mecanismos muy concretos: mejores perfiles lipídicos, reducciones de la presión arterial, control de la diabetes y de los marcadores de inflamación sistémica.

La enfermedad cardiovascular es la principal causa de mortalidad en los países industrializados, pero su incidencia tiene marcadas diferencias geográficas. La menor presencia de la enfermedad de la arteria coronaria (EAC) en países mediterráneos se ha atribuido en cierta manera a los hábitos alimenticios. Recientes estudios europeos sugieren que el alto grado de adherencia a la comida mediterránea está asociado a una reducción en la mortalidad. En otras investigaciones, este tipo de alimentación o algunos de sus componentes reducen la presión arterial y mejora los perfiles lipídicos y la función endotelial, además, también se ha demostrado que se liga a la caída de los marcadores de inflamación vascular. Estos efectos beneficiosos en el riesgo cardiovascular agregan plausibilidad biológica a la evidencia epidemiológica que apoya un impacto protector de la dieta mediterránea. El aceite de oliva, una rica fuente de ácidos grasos mono saturados, es un componente importante de dicho estilo de vida. La forma virgen del aceite conserva todos los componentes lipofílicos originales y los compuestos fenólicos con fuertes características antioxidantes y antiinflamatorias. Los frutos secos, que igualmente están presentes en la dieta, tienen un favorable resultado sobre los ácidos grasos y son una saludable fuente de alimentos y de otros compuestos bioactivos que pueden impactar positivamente sobre el riesgo de EAC, tal como las fibras, los fitosteroles, el ácido fólico y los antioxidantes. Las nueces se diferencian del resto a través de su alto contenido de ácidos grasos poliinsaturados, particularmente ácido alfa-linolénico, que confiere adicionales características antiaterogénicas.

Por lo anterior, docentes del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la Universidad de Barcelona, España, diseñaron una prueba de alimentación en participantes de alto riesgo para determinar los efectos cardiovasculares de 2 dietas mediterráneas, una con aceite de oliva virgen y la otra con una mezcla de frutos secos (nueces, avellanas y almendras), ambas comparadas con una dieta baja en contenidos grasos. 772 personas asintomáticas, de 55 a 80 años de edad, fueron reclutadas entre octubre de 2003 a marzo de 2004. Los participantes se asignaron a alimentos con pocas grasas (n = 257) o a una de las dos dietas mediterráneas. Los asignados a los tipos mediterráneos recibieron guías alimenticias y aceite de oliva virgen, 1 litro por semana (n = 257), o frutos secos, 30 g/d (n = 258). Los autores evaluaron los resultados a los 3 meses, a través del peso corporal, presión arterial, perfil lipídico, glucosa y marcadores inflamatorios.

El 99.6% de los individuos terminaron el estudio. En comparación con la dieta baja en grasas, las mediterráneas produjeron cambios beneficiosos en la mayoría de los resultados. Comparado con la primera, los cambios promedio en la dieta mediterránea para el grupo del aceite de oliva y de los frutos secos fueron -0.39 mmol/L (IC del 95%, -0.70 mmol/L a -0.07 mmol/L) y -0.30 mmol/L (IC, -0.58 a -0.01 mmol/L) para los niveles de glucosa plasmática, respectivamente; -5.9 mmHg (IC, -8.7 a -3.1 mmHg) y -7.1 mmHg (IC, -10.0 a -4.1 mmHg) para la presión arterial sistólica, respectivamente; y -0.38 (IC, -0.55 a -0.22) y -0.26 (IC, -0.42 a -0.10) para el colesterol HDL, respectivamente. El aceite de oliva también redujo la proteína C-reactiva en 0.54 mg/L (IC, 1.04 a 0.03 mg/L) comparado con las dietas bajas en grasas.

En conclusión, al confrontarlas con una ingesta alimenticia de pocas grasas, las dietas mediterráneas con aceite de oliva o frutos secos tienen más efectos beneficiosos sobre los factores de riesgo cardiovasculares.

Fuente bibliográfica

Ann Intern Med. 2006 Jul 4; 145(1):1-11

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