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11 Marzo 2013

La hipermetropía de Joyce

Recientes estudios señalan que los problemas visuales del padre de Ulises serían la causa de los errores ortográficos, neologismos y ausencia de signos de puntuación característicos de sus últimas obras.

Durante las primeras décadas del siglo XX, la narrativa europea sufrió una gran revolución con escritores como Franz Kafka, Marcel Proust y Virginia Woolf, quienes fueron los protagonistas de ampliar las posibilidades de la novela contemporánea incorporando nuevos elementos: el absurdo como respuesta a una sociedad deshumanizada y colectivista; la reconstrucción minuciosa de una vida, demorándose largamente en las mínimas sensaciones, en los nexos subjetivos entre cientos de recuerdos; la vida interior y su representación caótica.

James Joyce, fue uno de los representantes de la corriente literaria denominada modernismo anglosajón, junto a autores como T. S. Eliot, Virginia Woolf, Ezra Pound o Wallace Stevens. Este escritor irlandés, reconocido mundialmente como uno de los más importantes e influyentes de aquel siglo, Alcanzó fama internacional en 1922 con la publicación de Ulises, una novela cuya idea principal se basa en la Odisea de Homero y que abarca un periodo de 24 horas en las vidas de Leopold Bloom –un judío irlandés- y Stephen Dedalus, cuyo clímax se produce cuando se encuentran ambos personajes.

Fue aclamado –también- por su controvertida novela posterior Finnegans Wake (1939), por una serie de historias breves recopiladas en Dublineses (1914) y por Retrato del artista adolescente (1916), su trabajo de corte autobiográfico. En su obra buscó siempre la descripción más auténtica de una verdad enfermiza y coherente consigo misma hasta el punto de que cabría considerar a la enfermedad como la clave de la verdadera coherencia de la vida.

Joyce hizo algunos estudios de medicina y ésta fue una de los manuales muchos de sus trabajos en los que indagó los fundamentos conscientes e inconscientes de la vida en sus facetas más vulgares, aquellas en las que lo trágico del hombre y de la mujer destellan con su brillo más fangoso y desolado, comentan sus críticos. 

Algunos estudios señalan que la agudeza psicológica e innovadoras técnicas literarias expresadas en su novela, podrían ser el resultado de la dramática evolución de los problemas visuales que padeció a lo largo de su vida, los que le habrían permitido crear un mundo diferente a partir de la experiencia de ir quedando ciego. 

James Joyce, considerado por muchos como el más grande novelista del siglo XX, estuvo plagado de problemas oculares graves la mayor parte de su vida adulta. La presencia de iritis, glaucoma y cataratas se vio dificultada por la complejidad de sus condiciones médicas sistémicas, su falta de cumplimiento con el asesoramiento profesional y el estado del arte de la oftalmología durante su vida.

Según las biografías, Joyce padeció el síndrome de Reiter -caracterizado por la triada de uretritis, artritis y uveítis-, la que pudo haber desarrollado en su juventud luego de una infección genital causada por Chlamydia Trachomatis, cuando de estudiante frecuentaba con sus amigos el barrio rojo de Dublín. 

Años después, durante el verano de 1907 y luego de una borrachera, pasó una noche durmiendo al lado de una alcantarilla y tuvo que ser hospitalizado con un diagnóstico de fiebre reumática. Tras estos episodios, se desencadenó su primer ataque de iritis en el ojo izquierdo y, a partir de ahí, su visión fue disminuyendo.

A los 35 años sufrió su cuarto ataque de iritis en su ojo izquierdo, que se complicaron con el desarrollo de sinequias –adherencias en las cámaras anterior y posterior del ojo- y glaucoma secundario, por lo que se le practicó la primera iridectomía durante un ataque agudo de glaucoma, cirugía que se complicó debido a una hemorragia ocular. En 1918 sufrió un nuevo ataque de iritis y glaucoma bilateral, los que estuvieron exacerbados por el alcohol. 

Los problemas de visión condicionaron su vida y obra desde muy joven. Por muchos años se creyó que el escritor padeció miopía. A partir de una errónea interpretación de su primer biógrafo, numerosos críticos literarios y todos sus posteriores biógrafos (Lyons, Davies o Gorman) perpetuaron el supuesto error refractivo miópico e, incluso, originó que se hablara metafóricamente de una cierta miopía social en su obra.

Sin embargo, un estudio realizado por el doctor Javier Ascaso, profesor de oftalmología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza, derrumbó el mito de que el escritor irlandés padeciera miopía.

Los resultados del estudio, publicados en la British Medical Journal (J Med Biogr. 2010 Feb18;(1): 57-60), revelan que Joyce en realidad sufrió hipermetropía, tal como se desprende del análisis de las gafas del escritor en más de un centenar de fotografías, así como del hallazgo de una prescripción de lentes emitida en 1932 por el profesor suizo Alfredt Vogt, uno de los más célebres oftalmólogos de la época.

Después de analizar las fotografías “era evidente que las gafas que usaba Joyce albergaban voluminosos cristales positivos empleados para la corrección de la hipermetropía. A diferencia de los cristales correctores de la miopía, las lentes de hipermetropía son convexas, más gruesas en el centro que en los márgenes y agrandan el aspecto de los ojos de quien las porta. Además, si se mira lateralmente a una persona que lleva estas gafas, a través del borde del cristal, se observa que el lateral de la cara aparece desplazado hacia dentro”, como era el caso de Joyce., concluyó el especialista en su investigación. 

El novelista usaba lupas para magnificar las palabras que, en ocasiones, apuntaba en trozos de papel durante sus paseos y que después incorporaba a sus obras, un hecho que podría estar ligado a los neologismos, errores orográficos y ausencia de signos de puntuación que caracterizan el difícil y criticado lenguaje, especialmente en sus últimas obras.

Entre 1917 y 1930 sus ojos fueron sometidos a 13 intervenciones quirúrgicas diferentes, que incluyeron iridectomías, esfinterectomías, extracción de cataratas y capsulotomías. Sufría temor a las operaciones por lo que siempre buscó excusas para posponerlas. 

De acuerdo con los conocimientos y medios disponibles en la época, el escritor fue tratado con dionina, colirios mióticos, cocaína, arsénico e inyecciones de fósforo. Pero como destacó el doctor Ascaso, “la ausencia de antibióticos para tratar su infección inicial, de corticoides para controlar los brotes inflamatorios que le provocaron glaucoma, así como de los microscopios operatorios y las técnicas quirúrgicas de hoy fueron trascendentales para el desenlace final”. 

Uno de los métodos más sorprendentes fue el uso de sanguijuelas para extraer sangre de la cámara anterior de sus ojos. A pesar de todos los tratamientos recibidos, la pérdida de visión fue inevitable. Según los informes del profesor Vogt, la agudeza visual del escritor en 1930 se reducía a 1/30 en su ojo derecho, y tan sólo 1/800 en su ojo izquierdo.

Joyce trató siempre de aproximarse a la verdad. A tal punto llegó esta obsesión, que su hipocondría y convivencia diaria con las diferentes patologías no sólo abrumaron su vida, sino que también influenciaron su obra: sus problemas visuales, su ansiedad, su abuso de alcohol y drogas forman parte del todo del autor irlandés. 

En los libros de Joyce hay mucho de su vida y de su enfermedad. Sus obras no sólo ofrecen excelentes narraciones y descripciones de diferentes patologías, sino que reflejan la experiencia personal de padecimiento, algo que acompañará por siempre a sus novelas.

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