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30 Julio 2012

Misofonía: un síndrome sensible al sonido

Se trata de un disgusto provocado por los ruidos que producen los demás. No es una fobia, tiene su aparición al final de la infancia y se agrava con el tiempo, provocando –en quienes lo padecen- conductas que van desde evitar situaciones que los expongan a estos estímulos hasta ataques de ira que, progresivamente, los van aislando socialmente.

Uno de los problemas más comunes en el mundo con respecto a la audición es la hipoacusia, aquella incapacidad total o parcial para escuchar sonidos en uno o ambos oídos. Sin embargo, existen dos nuevas patologías asociadas a esta materia que son diametralmente opuestas a esta enfermedad.

La hiperacusia –disminución de la tolerancia al sonido- y la misofonía –miedo a los sonidos- son dos condiciones sobre las que poco se sabe. De hecho, los profesionales de la salud, a menudo, tienen dificultades cuando se encuentran con pacientes que se ven afectados por ellas, pues ambas pueden tener efectos devastadores para la vida diaria de estas personas.

El oído humano normal funciona adecuadamente para percibir los sonidos cuyas frecuencias estén comprendidas entre 125 y 8000 c/seg. y en un rango de intensidad entre 0 y 20 decibeles (dB). La intensidad estándar de una conversación fluctúa entre 50 y 60 dB. Sin embargo, hay quienes son capaces de escuchar ruidos que producen las demás personas y que fluctúan entre los 25 a 35 dB, una hipersensibilidad que resulta difícil de explicar, que puede llegar a transformarse en una tortura, porque la incapacidad de tolerar sonidos cotidianos de otros al, por ejemplo, respirar, mascar, sorber o comer va llevando el problema a un nivel superior.

La misofonía es una condición médica que se conoce también como Síndrome de Sensibilidad Selectiva al Sonido (SSSS o 4S) que cuando la reacción es especialmente intensa se le denomina fonofobia, un miedo extremo a ciertos sonidos que el paciente relaciona con “algo malo” o con algo que le puede causar daño o perjuicio.

Es un problema de índole mental que provoca, finalmente, que la paciente perciba dichos sonidos de manera más intensa de lo que realmente son. Además del miedo a los ruidos, existe también una preocupación por los sonidos que cualquier evento pueda producir en el futuro cercano. Se trata, en cierta manera, de una forma extrema de misofonía.

El término –que viene del griego miso, qué significa odio o profundo desagrado y fonia, que significa sonido- fue acuñado a principios de los años 90’ por los científicos norteamericanos de la Universidad de Emory Pawel y Margaret Jastreboff. Si bien los síntomas varían de una persona a otra, ellos lo describieron como un desorden que surge alrededor de los 10 años, donde los sonidos que comienzan a molestar suelen relacionarse a la respiración y la comida. (ORL J. Otorhinolaryngol Relat. Spec. 2006 Mar; 68(1):23-9)

Todo sonido que se considere molesto puede calificarse de ruido. El grado de molestia no está necesariamente en relación directa con la intensidad del sonido; pueden influir en él factores subjetivos, como la familiaridad con unos ruidos determinados o el estado de ánimo del sujeto; y factores físicos, como el microclima.

Para los académicos, el disgusto provocado por los sonidos que producen los demás, no solamente se manifiesta como enojo, sino que incluye otras emociones como la ira, miedo, pánico, terror o angustia y, por lo general, es dirigido hacia actividades como el comer, sorber, hacer gárgaras o masticar chicle.

Se cree que en las personas con misofonía se da una condición neurobiológica en la que el cerebro no procesa la información de sonido correctamente, algo que para las personas “normales” no es más que una reacción irracional frente a ruidos inofensivos.

Se ha establecido que esta condición aparecería al final de la infancia y se agrava con el tiempo, provocando conductas en los pacientes que van desde la evitación de situaciones donde saben se verán expuestos a estos estímulos, hasta episodios de ira incontrolable que paulatinamente van llevando al individuo hacia un temido aislamiento social.

Quienes padecen misofonía saben, o mejor dicho, están conscientes de que el problema es de ellos y no de la persona que emite un ruido, a juicio de ellos, molesto. Sin embargo, cuando están sufriendo una reacción misofónica son incapaces de conversar de forma razonable. Sienten mucho estrés cuando están rodeado por personas que mascan o respiran fuerte o que pronuncian marcadamente algunas consonantes. Irónicamente, muy rara vez se molestan por sus propios sonidos.

Hasta el momento no se ha podido llegar a una cura para este trastorno, por lo que lo mejor que pueden hacer los médicos es ayudar al paciente a sobrellevar los síntomas evitando las situaciones y los factores desencadenantes de esta sensibilidad al sonido.

Algunos tratamientos, como la terapia cognitivo-conductual y la terapia de recapacitación del tinnitus (TRT) han ayudado a algunos pacientes, pero no existe todavía uno que funcione para todos por igual. (Journal of Rehabilitation Research and Development. 2003 March/April; 40 (2): 157-78)

Hay ciertos tratamientos psicoterapéuticos e hipnóticos que han sido. Incluso algunos pacientes han descubierto que utilizando audífonos con reproductores musicales o aparatos de supresión de sonido son capaces de aminorar el problema, pero esta solución es sólo paliativa.

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