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El amor fue definido como un “concepto universal que se refiere a la afinidad entre seres. Se interpreta como un sentimiento relacionado con el afecto y el apego que deriva en una serie de emociones, experiencias y actitudes”. Erich Fromm, el destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista tenía razón.

Amar es, fundamentalmente, dar, no recibir. Lo que no significa renunciar. No es una privación, es la expresión de la propia vitalidad. En palabras simples, es “dar de sí mismo, de la propia vida, para enriquecer la de otra persona”.

El concepto de amor –como lo entendemos hoy- era, por el ejemplo, para los griegos una fuerza peligrosa y destructiva. Las pasiones extremas eran vistas como nefastas, porque eran capaces de alterar el precario equilibrio de las relaciones humanas y, por esta razón, no se podían aceptar. Si había algo a lo que los antiguos temían, era al “azote divino del amor”

Es, precisamente, el amor uno de los aspectos que diferencia a los Homo sapiens de –al menos la mayoría, excepto a las aves- de otros animales: porque el acto de procreación, no es vacío de sentimientos, sino lleno de complicaciones emocionales. Los seres humanos contamos con una herramienta evolutiva, que si bien nos puede provocar el éxtasis, también nos puede hundir en la desesperación: llamada amor.

Una investigadora del comportamiento humano es Helen Fisher, antropóloga y bióloga de la Universidad Rutgers de New Yersey, que se ha dedicado al estudio de la atracción interpersonal, desde un punto de vista científico, durante más de 30 años.

En 2006 postuló que el amor era fruto de la evolución, como lo es un brazo, el razonamiento lógico, un páncreas, las histonas o la retrotranscriptasa de algunos virus. (Philos Trans R Soc Lond B Biol Sci. 2006 Dec 29;361(1476):2173-86), algo que revolucionó a los especialistas de la época al concluir que el bipedalismo junto con el crecimiento del cerebro de los homínidos extendió la duración de relaciones monógamas y dotó a nuestros antepasados de recursos para el cortejo mutuo que, con el tiempo, se fueron expresando a través de la poesía, la música, el arte y la danza.

Una década más tarde, el neurobiólogo y divulgador científico alemán Gerald Hülther, director del Departamento de Investigación en Neurobiología de la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Göttingen ha dado que hablar en Europa al postular que “el amor es la única perspectiva de supervivencia en este planeta”.

Su libro, Evolución del amor: lo que Darwin ya sospechaba y los darwinistas se niegan a aceptar explica la tesis de que “la selección natural no se rige sólo por la competencia, sino también por el amor, que nos mantiene unidos a la naturaleza y a los demás”. 

Para el investigador “el amor es la fuente de la creatividad, no sólo en el caso de músicos y artistas; también lo es para muchos grandes políticos y científicos. Es la base de la existencia y de los logros culturales. Por el contrario, el estrés, la presión y la ansiedad no resultan del amor, sino de la competencia, que es la fuerza motora de la especialización, no de la creatividad”.

Si bien ha sido tachado como una persona extremadamente positiva, el neurobiólogo señala que, actualmente, “el amor es nuestra única perspectiva de supervivencia en este planeta. Estamos a punto de agotar nuestros propios recursos naturales, al explotarlos y contaminarlos, porque competimos entre nosotros, como individuos y como naciones. La única fuerza que puede vencer esta competencia autodestructiva es el amor, o si prefieres un término más cognitivo: el compromiso de equipo y la creatividad participativa”, dijo recientemente en una entrevista.

Hace más de 200 años, Charles Darwin en su obra El origen de las especies, planteó que la evolución de los seres vivientes se da mediante la selección natural y la sobrevivencia del más apto, ideas que tuvieron fuertes repercusiones no sólo en el plano de las ciencias, sino que también en temas de la razón y la fe, pues refutó la enraizada creencia de que el hombre poseía un origen divino y demostró que los seres humanos eran el resultado de un proceso de desarrollo biológico, cosa que tuvo un impacto considerable en la mentalidad de la época y dieron lugar a encendidos debates.

“Darwin fue un investigador muy abierto de mente, no tuvo prejuicios. Observó una tremenda variedad de seres vivos, estudió sus formas y sus comportamientos. Tuvo una visión “amorosa” del mundo viviente. Como esa no fue precisamente la visión de muchos otros investigadores de su época, él llegó a otras conclusiones. Hoy, la mayoría de los científicos aceptan la teoría de la selección natural, pero entendida como la base de ciertas ideas en las que la competencia es la fuerza motora de la evolución. Sin embargo, estos científicos siguen sin entender del todo su teoría de la selección sexual”.

Ésta última sostenía se habrían desarrollado de caracteres sexuales secundarios en los seres vivos que parecían no responder a la selección natural, es decir, a la supervivencia del mejor adaptado y que los criterios de elección de las hembras estaban basados en el vigor y eficacia de los machos portadores y no en un simple valor estético. 

Por eso, para Gerald Hülther para alcanzar nuestro máximo potencial “necesitamos encontrarnos los unos con los otros como sujetos en lugar de tratarnos como objetos. Sólo la gente amorosa es capaz de tratar a los demás como sujetos”. 

“La cultura actual favorece a aquellos que usan y manipulan a los demás para lograr sus propósitos. A menos que este tipo de relaciones interpersonales y culturales desarrolladas a lo largo de la historia se supere, no seremos capaces de resolver ninguno de los problemas a los que nos enfrentamos ahora”, postula.

La lucha por el poder y la dominación son la verdadera causa de todos los problemas sociales actuales. Es hora de reflexionar y empezar a creer que sólo el amor puede cambiar este mundo.