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23 Abril 2018

El riesgo del dulzor artificial

Recientes estudios han demostrado que el abuso en la ingesta de edulcorantes como el aspartamo, sucralosa y estevia puede tener consecuencias negativas sobre la salud y el aumento de peso a largo plazo.

El sentido del gusto –junto con el olfato, los dos grandes componentes de sabor- es muy antiguo y sus orígenes se remontan a millones de años, cuando las primeras formas celulares necesitaban detectar nutrientes a su alrededor o alejarse de compuestos nocivos. Con tiempo, empezó a tener un papel de suma importancia para la vida, tanto de animales como de seres humanos, porque no sólo determinaba decisiones alimentarias y cantidades de consumo, sino que también actuaba como mecanismo de supervivencia.

Previamente, se pensaba que existía una especie de mapa de sabores, donde las diferentes partes de la lengua podían detectar cada uno de ellos siguiendo una topografía determinada: la punta identificaba lo dulce; la parte posterior, lo amargo; y los lados, lo salado, lo umami y lo agrio. 

Hoy se sabe que la sensibilidad para todos los sabores se distribuye en toda la lengua y en otras regiones de la boca como la epiglotis y el paladar blando, aunque algunas áreas son más sensibles a ciertos gustos que a otros. 

Cuando ingerimos alimentos, estos se disuelven en la saliva, penetrando en las papilas gustativas a través de los poros que se ubican en la lengua, generando impulsos nerviosos que llega al cerebro y que son transformados en una sensación: el sabor.

La sensación dulce es aceptada de manera global como uno de los sabores más placenteros. La respuesta a su gusto es primitiva y en los seres humanos ejerce una profunda influencia en el comportamiento. (DOI: 10.3945/jn.111.149575)

Los bebés y, en particular, los niños basan muchas de sus elecciones alimentarias en la familiaridad y en lo dulce, por un mecanismo evolutivo que asegura la aceptación de la leche materna, la cual tiene un sabor ligeramente dulce derivado de la lactosa.

La dieta actual en muchos países del mundo es alta en azúcares, lo que tiene diversas consecuencias sobre la salud: sobrepeso, enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, enfermedad de Alzheimer e incluso catarata. Esto representa un gran desafío mundial, por ejemplo, para el CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos) uno de cada tres estadounidenses será diabético en 2050, problema que podría prevenirse si se controla el peso, la ingesta de azúcar y se aumenta el ejercicio.

La comunidad médica y la industria alimentaria comenzaron a apoyar distintas alternativas para disminuir el consumo de sacarosa, entre ellas el uso de endulzantes artificiales o bajos en calorías. La mayoría de los productos dietéticos o alimentos bajos en calorías se producen utilizando aspartamo, sucralosa, sacarina, estevia, acesulfamo K, neotamo, fruta del monje o ciclamato. Sin embargo, este último fue prohibido en Estados Unidos, dado podría aumentar el riesgo de cáncer de vejiga en seres humanos. 

Estos alimentos y bebidas bajas en caloría son promovidos como una ayuda para no ganar peso, incluso por médicos especialistas en nutrición y diabetes. Sin embargo, en la actualidad, existe evidencia que demuestra que los endulzantes artificiales –como, por ejemplo, el aspartamo- provocan un efecto contrario.

En una investigación publicada en la revista científica Canadian Medical Association Journal, realizado por especialistas de la Universidad de Manitoba y del Instituto de Investigación del Hospital Infantil de Manitoba, se cruzaron datos de 37 estudios que, durante un promedio de 10 años, siguieron a más de 400.000 participantes. (DOI: 10.1503/cmaj.161390)

A pesar de que existen más de 900 estudios sobre los efectos de los endulzantes artificiales sobre el cuerpo, el grupo liderado por la doctora Meghan Azad se concentró en 37 que eran los más completos y mejor diseñados en personas mayores de 12 años, incluyendo ensayos clínicos y estudios observacionales. Estos agrupaban a más de 400 mil individuos que fueron monitoreados durante un promedio de 10 años.

No se encontró ningún efecto consistente del consumo de edulcorantes artificiales en relación a la reducción de peso a corto plazo, sino que todo lo contrario: estaría asociado con un empeoramiento de las mismas medidas de salud que buscaban mejorar.

Los edulcorantes bajos en calorías tienen casi los mismos efectos en el organismo que el azúcar: cuándo los receptores–ubicados en la boca, estómago y páncreas- identifican un consumo exagerado, envían señales al cerebro para su preparación. Así el organismo reacciona y absorbe más azúcar, pone en marcha la producción de insulina, y además, la conversión de glucosa en ácidos grasos. Y lo que es peor, los endulzantes aumentan el apetito e invitan a una persona a consumir más calorías.

“Los sustitutos del azúcar, destacó la doctora Azad, tendrían un beneficio cercano a cero en personas con hipertensión arterial o diabetes. Incluso podría interferir en el balance hormonal del organismo, elevar el riesgo de aumento de peso, diabetes tipo 2, hipertensión, accidente cerebrovascular y enfermedad cardiovascular. Estos impostores artificiales hacen que las personas absorban más azúcares, almacenen más grasa y suban de peso, por eso son tanto o más peligrosos que el producto real”. 

“Este trabajo debiera inspirar a las personas sobre si quieren consumir edulcorantes artificiales, especialmente de manera regular, porque no sabemos si son una alternativa verdaderamente inofensiva. Se suelen consumir pensando que son una “opción saludable”, pero puede que esto no sea tan cierto”.

Dado el uso generalizado de estos aditivos artificiales y la actual epidemia de obesidad y sus enfermedades relacionadas, para los investigadores se necesitan más estudios, “preferiblemente basados en cohortes longitudinales, para aclarar la trayectoria de desarrollo de las respuestas gustativas a edulcorantes bajos en calorías y su posible impacto en la calidad de la dieta”.

Así como con el paso de los años se descubren más tipos de endulzantes, salen a la luz estudios donde se acumula evidencia que sugiere que su consumo puede influir en la alimentación, balance energético y funciones del metabolismo a través de una variedad de mecanismos periféricos y centrales del sistema nervioso.

La mejor estrategia para reducir el consumo de azúcar y utilizar el combustible adecuado considerando la genética y composición bioquímica de cada persona es asegurándose de consumir grasas y proteínas de alta calidad. Una vez que el cuerpo tenga el combustible adecuado, los antojos por lo dulce podrían disminuir radicalmente.

Por Carolina Faraldo Portus

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