Entre la literatura y la investigación científica
“A sangre fría” en sus 40 años
En 1965 el autor estadounidense Truman Capote terminó de escribir su novela más famosa: “In Cold Blood” (“A Sangre Fría”), obra que relata el asesinato, sin motivo aparente, de los cuatro miembros de la familia Clutter, en la apacible localidad de Holcomb, en Kansas, Estados Unidos.
Más allá del éxito que cosechó el libro, Capote inauguró con él un nuevo género literario que fue denominado como Novelas de No-Ficción. Gracias a las técnicas que había aprendido cuando trabajaba como guionista, el autor entrega escenas con un fuerte toque cinematográfico, desarrollando una viva descripción de cada uno de los personajes que pueblan la historia. De este modo logró convertir un hecho policial aislado en una verdadera obra maestra, conjugando sus conocimientos literarios y periodísticos.
Para lograr este resultado, tomando la voz de un narrador omnisciente, contrapone el relato de diversos hechos recreando largas conversaciones, transcribiendo cartas e, incluso, mostrando el diagnóstico clínico de algunos psiquiatras que tuvieron la oportunidad de conocer a los asesinos, experiencia que permitió a los médicos desarrollar interesantes postulados sobre las patologías de quienes mataban sin motivo aparente.
Del diario al libro
En noviembre de 1959 leyendo el “New York Time”, Truman Capote se enteró del asesinato de Herbert Clutter, un agricultor del estado de Kansas, su esposa Bonnie Fox y sus dos hijos menores, Kenyon y Nancy.
Uno a uno, los Clutter habían sido amarrados y acribillados por personas desconocidas, sin ningún móvil aparente para el delito, lo que conmovió a la opinión pública estadounidense.
Enviado por la revista “The New Yorker” para seguir el rumbo de esta historia , Truman Capote llegó hasta el pueblo, donde a los pocos días sintió que había encontrado la gran historia que buscaba, abocándose durante los seis años siguientes a investigar cada dato, cada pista. Más que el crimen en sí, le llamó la atención el efecto provocado por los acontecimientos aparentemente inmotivados, en una pequeña y aislada comunidad como Holcomb.
Los Clutter formaban una familia muy querida y respetada en el pueblo, ya que eran personas trabajadoras, amables y muy religiosas, por lo que su muerte no sólo conmocionó a los habitantes de la localidad, sino que fue un hecho difundido en todo Estados Unidos, atrayendo a cientos de periodistas.

Durante varias semanas la policía no tuvo pistas concluyentes que los condujeran a los criminales ni conocían los móviles de éstos para asesinar a los Clutter. Se trataba de Perry Smith y Dick Hitckock, dos ex convictos que llegaron a Holcomb guiados por datos erróneos, según los cuales el señor Clutter guardaba grandes sumas de dinero en efectivo, en una caja fuerte al interior de su casa. Al comprobar la equivocación, Smith y Hitckock, completaron el macabro plan que consistía en no dejar testigos, pero partieron con las manos prácticamente vacías. Fueron detenidos dos meses más tarde y condenados a muerte, pena que se cumplió recién en 1965.
Perfil psiquiátrico
Uno de los aspectos más relevantes sobre sus personajes-personas que da a conocer Capote en su libro, está dado por los diagnósticos clínicos realizados por importantes médicos que tuvieron la posibilidad de conocer personalmente a los asesinos o conocer en detalle los antecedentes del procedimiento.
Cuando Hitckock y Smith fueron acusados oficialmente, sus abogados solicitaron al tribunal que fueran examinados por algún especialista del Hospital de Larned, Kansas, (institución de enfermedades mentales) para determinar si uno de ellos o ambos eran “locos, imbéciles o idiotas, incapaces de comprender si posición y colaborar en su propia defensa”, relata el autor.
Aunque la petición fue denegada por el juez a cargo del caso, los abogados defensores lograron que uno de los especialistas del centro de salud mental analizara a los asesinos en forma voluntaria, para que después el profesional pudiera testificar ante el jurado. Con este objetivo, el doctor W. Mitchell Jones, joven pero destacado psiquiatra especialista en psicología criminal, se entrevistó varias veces con Hitckock y Smith.
Sin embargo, producto de límites en la legalidad, sólo pudo detallar si los acusados distinguían entre el bien y el mal y si sabían lo que hacían cuando mataron a la familia Clutter. Ante ambas interrogantes la respuesta del especialista fue “Sí”. Pese a ello, Capote explica al lector lo que el psiquiatra hubiese dicho de haber tenido la posibilidad, utilizando el diagnóstico preparado por el doctor Jones.
En cuanto a Hitckock, el psiquiatra señala varios aspectos de normalidad en términos de inteligencia y capacidad de entendimiento, pero detecta algunas anomalías: “Hitckock presenta síntomas de anormalidad emotiva. El hecho de que supiera lo que hacía y a pesar de ello prosiguiera, es la más clara demostración de esto. Se trata de un individuo impulsivo en la acción, que tiende a actuar sin pensar en las consecuencias, ni en lo que le espera a él y al prójimo. No parece capaz de aprender por medio de la experiencia y presenta un insólito cuadro de períodos intermitentes de actividad productiva seguidos por otros de acciones irresponsables. No puede tolerar sentimientos de frustración… y no consigue librarse de estos sentimientos, a no ser con actividades antisociales… En resumen, presenta características típicas de lo que en psiquiatría se llama un grave trastorno de personalidad”.
En el caso de Smith, si hubiera tenido la oportunidad, el doctor Jones hubiera declarado que el sujeto tenía claros síntomas de padecer una grave enfermedad mental. Luego de relatar los problemas de abandono que el asesino vivió durante su infancia y destacar que, pese a la escasa educación recibida, poseía una inteligencia superior a la media, el informe del especialista señala existen dos rasgos de la personalidad del individuo claramente patológicos: una orientación paranoica hacia el mundo externo, con hipersensibilidad a las críticas. “Al valorar las intenciones y sentimientos de los demás, le es casi imposible separar la situación real de su propia proyección mental”.
El segundo de los rasgos que menciona el doctor Jones, es “una rabia siempre presente, pero dominada, que se dispara fácilmente ante la menor sensación de ser engañado, despreciado o considerado inferior… En su mayor parte, los accesos de ira se dirigen contra símbolos de autoridad de su pasado… Esta rabia, cuando se vuelve contra sí mismo, le provoca ideas de suicidio. La desproporcionada fuerza de su ira y su incapacidad para dominarla o encauzarla, traducen una grave debilidad en la estructura de su personalidad… Además de estos síntomas, débiles síntomas de desorden en sus procesos mentales… concede muy poco valor a real a la vida humana. Su aislamiento emotivo y su indiferencia en ciertos campos es otra prueba de su anormalidad mental… la actual estructura de su personalidad se acerca mucho a una esquizofrenia paranoica”.
El hecho despertó el interés de otros connotados psiquiatras de la época, como el doctor Joseph Satten de la Clínica Meninger de Topeka, Kansas. Tras interiorizarse en el caso, el especialista postuló que el crimen no se hubiera concretado de no haber existido una fricción entre los criminales, asegurando que el acontecimiento era esencialmente obra de Perry Smith, a quien clasificó dentro de un tipo específico de asesinos, caracterizados por su predisposición a graves fallos en su autodominio, “lo que hace posible manifestaciones abiertas de primitiva violencia, nacida de precedentes y ahora inconscientes experiencias traumáticas”.
Dicho extracto forma parte del artículo “Asesinato sin motivo aparente. Estudio sobre la desorganización de la personalidad”, publicado en el “American Journal of Psychiatry” en julio de 1960, época en la que Perry Smith y Dick Hitckock aún estaban con vida y Truman Capote inmortalizaba la historia desde una nueva mirada literaria.
Por Paloma Baytelman
