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09 Mayo 2005

Paleoparasitología:

Niño del Cerro El Plomo tenía Triquinosis

Desde fines del siglo XX se sabía de la existencia de restos de construcciones en la ruta que ascendía a la cima de este cerro. Andinistas, arrieros y buscadores de minas encontraron vestigios de la presencia incaica en él, que condujeron, en 1954, al descubrimiento de este Santuario y del cuerpo que albergaba. El hallazgo maravilló a los profesionales de la época. El cuerpo congelado del niño mantenía sus huellas digitales; tenía su cuerpo y ajuar intacto y estaba ricamente ataviado.

Los incas realizaban en el Cuzco diversas fiestas religiosas y civiles. Una de las más solemnes era la apacocha, que celebraba el nacimiento del inca, coronación, enfermedades, muerte o participación en alguna guerra. Ésta era además una forma de integrar los lugares más alejados del imperio.

La ceremonia consistía en llevar niños de ocho a diez años al Cuzco. Después de una larga caminata, les hacían mascar hojas de coca y beber chicha, les pintaban el cuerpo y los dejaban en las altas cumbres de la cordillera de Los Andes, entre los 4000 y 6700 metros sobre el nivel del mar. Generalmente, morían por congelamiento.

El 1 de febrero de 1954, a las tres de la tarde, los cazadores de fortuna, Luis Ríos Barrueto, Guillermo Chacón Carrasco y Jaime Ríos Abarca, subieron a la cumbre del Cerro El Plomo, a 5.430 metros de altura, donde entre unas pircas de piedra encontraron el cuerpo congelado de un niño.

A 5200 metros de altura, en el mismo cerro, se encontró una plataforma de piedra o adoratorio. Allí habría llegado el niño ofrendado, acompañado de toda una comitiva, y depositado 200 metros más arriba, donde murió por congelamiento, adormecido por el cansancio, el frío y, probablemente, por haber mascado coca e ingerido chicha.

Para la ceremonia se le peinó el cabello con más de 200 trencitas y se le pintó el rostro de color rojo y líneas amarillas que van desde el ángulo exterior e inferior del ojo hasta la nariz y desde la oreja a la comisura de la boca.

En el 2004, a cincuenta años de su hallazgo, un grupo interdisciplinario de investigadores chilenos comenzó a develar los misterios que envolvían la historia de este pequeño.

Los primeros análisis realizados durante el 2003, confirmaron que el niño tenía ocho años y un par de meses al momento de ser sacrificado. Llegó a pie al Cerro El Plomo y le dieron a tomar una bebida alcohólica que lo adormeció, muriendo por hipotermia en la cumbre. El cuerpo del pequeño que se encuentra liofilizado, es decir, perfectamente conservado gracias al congelamiento y deshidratación de tejidos internos, fue analizado por medio de un scanner y resonancia magnética para comprobar el estado de conservación de los tejidos internos.

Este estudio, que contempló un perfil bioquímico y análisis imagenológico, permitió elaborar una ficha médica-técnica sobre el estado de conservación de tejidos blandos y órganos. Con relación a los estudios moleculares, se pudo recuperar el ADN mitocondrial. Asimismo, se ratificó que el grupo sanguíneo del príncipe inca correspondía al grupo 0, además, los estudios permitieron confirmar el uso de hoja de coca por un período prolongado para realizar una vida normal en la altura. Era un niño con sus núcleos de crecimiento en pleno desarrollo, con un esqueleto sano, simétrico y sin signos de alteración o enfermedades. Incluso, su estado óseo fue comparado con el de un menor normal de la misma edad, en la actualidad.

Sin embargo, este año el doctor Héctor Rodríguez, investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, descubrió que el niño inca del cerro El Plomo presenta una masiva infección por larvas de Trichinella spiralis, el nematodo que causa esta enfermedad. En su calidad de morfólogo e histólogo, el doctor Rodríguez analizó detenidamente el tejido muscular del niño, cosa que antes sólo se había hecho con el tejido de la piel para no dañarlo, razón por la cual no se había detectado en estudios anteriores la patología.

Este hallazgo constituye un verdadero hito científico en la paleoparasitología mundial, porque se abren nuevas interrogantes sobre el origen de este parásito en el cuerpo de la momia, ya que, supuestamente, ésta llegó al continente con los españoles a través de ratas y cerdos. Otra de las dudas que surge, tiene relación con las consecuencias de este mal en el niño, puesto que esta patología, a pesar de no ser mortal, pudo haberle producido altísima fiebre, dolores abdominales y musculares, lo que explicaría el que se haya descubierto que masticaba hojas de coca, según la teoría del profesor Rodríguez, las que le habrían proporcionado gran alivio a sus dolores.

Este nuevo descubrimiento, se basa en los recientes estudios que de esta momia hicieron un conjunto de científicos e investigadores pertenecientes tanto al plantel como al Hospital Clínico de la Universidad de Chile quienes, en septiembre de 2003, sometieron al cuerpo a una serie de análisis, especialmente imagenológicos, a través de resonancias magnéticas y scanner, además de biopsias de músculo y hueso. El equipo, reunido por el doctor Mario Castro, académico de la Facultad de Medicina, convocó al profesor Rodríguez en su calidad de morfólogo- histólogo, quien desarrolló el análisis del tejido muscular de este niño y su estado de conservación con técnicas como microscopía óptica, confocal, e inmunofluorescencia indirecta.

Los resultados fueron sorprendentes, ya que al pedir que se procesaran las muestras mediante tinciones histológicas habituales pero, además, que se hicieran otras específicas, el profesional, al observarlas al microscopio, comprobó que los tejidos muscular y conectivo tenían un alto nivel de conservación, debido a la liofilización que sufrió el cuerpo.

Pero al analizar más detenidamente las muestras, descubrió unas estructuras de forma redonda, elíptica y tubulares, con aspecto de quistes intracelulares, que se distribuían dentro de la longitud de la fibra muscular, que de acuerdo a su experiencia como médico veterinario, y de haber visto estudios parasitológicos, pudo concluir que eran larvas de Trichinella, probablemente la variedad spiralis: el nematodo que provoca la triquinosis. Ahora estudia qué variedad de trichinella enfermó a la momia para saber si el parásito fue o no un mal infeccioso como tantos otros traídos con la conquista de los españoles, si es que era un parásito propio de la región o si provenía de otra zona de Latinoamérica.

Dado el interés que genera el tema, el profesor Rodríguez extendió una invitación a investigadores de las áreas antropológica, parasitológica, pediátrica, histórica y todas las que pudieran hacer un aporte para responder a las inquietudes que plantea su estudio.

En la actualidad, este niño forma parte del patrimonio histórico nacional, que gracias a la ciencia parece seguir vivo para contestarnos, 500 años después, interrogantes sobre la vida y costumbres de los hombres que hicieron historia en el pasado.


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