Televisión: Programando la obesidad desde la niñez
Durante la segunda mitad del Siglo XX, la televisión llegó a ser el pasatiempo favorito de niños y jóvenes en buena parte del mundo industrializado, sustituyendo la mayoría de las veces a los juegos al aire libre y las actividades relacionadas con el ejercicio físico.
Por ejemplo, en Estados Unidos se estima que los niños pasan entre dos y cinco horas diarias frente al televisor, mucho más tiempo del que gastan en otras tareas. Este hecho motivó un importante número de estudios, principalmente del área de la salud mental, los cuales se han centrado en forma especial en la violencia de los programas televisivos y cómo ésta afecta la conducta de los menores.
Sin embargo, desde mediados de los ‘80, los científicos también comenzaron a estudiar los efectos adversos que este hábito tiene para el bienestar físico de los niños, encontrando asociaciones con otros factores de riesgo para la salud, tales como la obesidad, la falta de ejercicio y el incremento del colesterol, siendo la exposición televisiva más fuerte que otros factores de riesgo asociados a estos problemas.
Esta vez un grupo de investigadores neozelandeses, liderados por el doctor Robert Hancox de la Universidad de Otago, decidió ir aún más lejos, preguntándose no sólo por el deterioro en el bienestar de los niños, sino también sobre los efectos que las largas horas frente al televisor tendrían en su salud adulta.
Los investigadores de la División Multidisciplinaria de Investigación de Salud y Desarrollo de Dunedin, examinaron prospectivamente cerca de 1000 personas en Nueva Zelanda, desde su nacimiento hasta los 26 años, estudio que fue dado a conocer en la edición de julio de 2004 de la revista “The Lancet”.
En el trabajo, los autores muestran que los niños que ven más de dos horas diarias de televisión presentan mayor riesgo de convertirse en fumadores, ser obesos o tener colesterol elevado durante su adultez, significando graves consecuencias a largo plazo.
Una de las explicaciones que proponen los investigadores, es que muchas de las costumbres dietéticas y otros hábitos que son aprendidos en la niñez e influidos por la televisión, permanecen en la edad adulta.
Las relaciones entre una exposición temprana a la televisión y el índice de masa corporal, la capacidad cardiorrespiratoria, un elevado nivel del colesterol y la propensión al cigarrillo, persistieron incluso tras ajustar otros factores potenciales como el estado socioeconómico durante la niñez, el índice de masa corporal a los cinco años, el índice de masa corporal de los padres, el hecho de que los padres fumaran y la actividad física a los 15 años.
Aunque los investigadores reconocieron no poder demostrar una relación causal, el estudio es visto por la Asociación Estadounidense de Pediatría como un poderoso elemento para recomendar a los padres limitar a dos horas diarias la exposición televisiva de los niños.
Sociedad de consumo y obesidad
Las investigaciones en torno al tema, han demostrado que ver televisión durante varias horas diarias causa aumento de peso principalmente por tres razones: en primer lugar, ver televisión desplaza la actividad física, además la tasa metabólica se ve deprimida, a todo lo cual se suman efectos adversos en la calidad de la dieta, que muchas veces responden a la influencia mediática de los comerciales de alimentos.
Según el doctor David Ludwig, director del Programa de Obesidad del Hospital de Niños de Boston, y Steven Gortmaker, profesor de Sociología de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Harvard, la evidencia más fuerte se relaciona con este último elemento, pues cada año la industria alimenticia gasta enormes sumas de dinero en publicitar productos de alto contenido calórico y baja calidad nutricional.
En un comentario publicado en la misma edición de la revista “The Lancet”, los expertos argumentan que en EE.UU. los dibujos animados y otros programas infantiles transmiten anuncios de alimentos una vez cada cinco minutos, aspecto que ha sido abordado por diversos estudios, concluyendo un fuerte aumento en la probabilidad de que los niños quieran tener los productos anunciados y los soliciten a sus padres, quienes a su vez tienden a comprarlos, por lo que la ingesta total de los menores aumenta considerablemente.
Explican que al mismo tiempo que se ha asociado estos comerciales al sobre consumo de comida rápida, bebidas azucaradas, dulces y snaks salados, es posible relacionarlos con un bajo consumo de frutas y verduras.
Si bien los expertos recomiendan que los padres retomen con fuerza la responsabilidad sobre la cantidad y calidad de televisión que ven sus hijos, así como que fomenten otros tipos de entretenimientos, reconocen lo difícil que esto resulta tomando en cuenta que muchas veces los adultos tienen largas jornadas laborales, los servicios de guardería no siempre son los más adecuados y muchos viven en barrios donde es muy peligroso que los niños salgan a jugar a la calle, con todo lo cual es bastante complejo limitar el tiempo de la televisión o negar los pedidos que los niños hacen de los productos anunciados. Por esto, señalan que serían necesarios profundos cambios socioeconómicos antes de que efectivamente los padres puedan tener un mayor y mejor control de la televisión que ven sus hijos.
En todo caso, para Ludwig y Gortmaker, los datos presentados por el equipo de Hancox, refuerzan las posibilidades de regular y prohibir ciertos anuncios de alimentos orientados a niños, acción que sería respaldada por la Academia Americana de Pediatría, cuyos directivos señalaron que ya existen precedentes de restricciones a productos que son perjudiciales para los menores, como es el caso del tabaco.
El caso chileno
Aunque en nuestro país aún no existen investigaciones relativas a los efectos sobre el bienestar físico de los niños, según datos del Consejo Nacional de Televisión (CNTV), en Chile los menores pasan frente al televisor un promedio de cuatro horas diarias, es decir cerca de 1400 horas anuales, frente a sólo 1000 horas de escuela.
Las investigaciones respaldadas por el organismo, han demostrado que la televisión puede influir fuertemente en la conducta de los niños chilenos y es capaz de producir un mayor impacto psicológico que otros medios de comunicación.
Al igual que en otros países, lo que principalmente preocupa a los padres en Chile, más que la cantidad de televisión que ven sus hijos, es la exposición que los niños tienen a imágenes de sexo, violencia y a un lenguaje inadecuado.
Pese a que no se ha estudiado la influencia local de la televisión en la salud de los niños, ni menos sus repercusiones durante la adultez, desde hace mucho los pediatras chilenos están consientes de las graves consecuencias para la salud que tienen el sedentarismo y los malos hábitos alimentarios en los menores, más aún si se considera que en nuestro país casi el 30 por ciento de los niños en edad escolar son obesos.
Además de las horas de inactividad física, según los expertos, este hecho se debe a malos hábitos nutricionales familiares, una oferta ilimitada de productos ricos en grasas y azúcares, y a una mayor capacidad adquisitiva, respaldada por un marketing que induce al consumo poco saludable. Es decir, pese a las diferencias culturales, estamos frente a un escenario bastante similar al estadounidense.
Dado que un niño obeso tiene 10 veces más probabilidades de ser un adulto obeso, los especialistas chilenos recomiendan a los padres controlar y disminuir las horas que sus hijos pasan frente al televisor, jugando en consolas de video o en el computador, así como fomentar que realicen mayor actividad física y recreativa, al mismo tiempo que mejoran su programa dietético.
Es aquí cuando es posible entender de forma muy clara la aseveración que Ludwig y Gortmaker hacen en forma tajante en “The Lancet”, señalando que las acciones que deben tomarse frente a este problema, no sólo están basadas en la fuerte evidencia científica, sino además, en el sentido común. Solamente limitando la exposición televisiva durante la niñez, será posible impedir que más generaciones estén desde la infancia programadas para ser obesas.
Por Paloma Baytelman
