Carlos V visto por los ojos de la ciencia actual
Carlos V de Alemania y I de España, el gran emperador, fue una de las figuras más notables de la historia de todos los tiempos. Soberano de gran parte de Europa, heredó también las Indias Occidentales, como se llamó en un principio al continente americano. Por esta circunstancia, se decía que “en sus dominios no se ponía el sol”.
Su figura dominó la política europea desde 1525 hasta 1556. Frente al mundo del Renacimiento y la Reforma se erigió Carlos V como arquetipo del ideal cosmopolita y ecuménico, muy impregnado de esencias medievales de la cristiandad.
Sus objetivos supremos siempre fueron mantener la universalidad y unidad de la Iglesia que, por ese entonces, estaba siendo amenazada por el luteranismo, y la grandeza del imperio que heredó de sus mayores. Para ello tuvo que enfrentarse con todo el mundo occidental, con turcos y berberiscos. Entre victorias y derrotas, momentos de júbilo y de amargura, la salud de Carlos V se fue deteriorando hasta el punto que decidió abdicar dejando España y sus territorios ultramarinos en manos de su hijo, Felipe II, y sus otros dominios imperiales de Europa en las de su hermano Fernando. Hecho esto, en 1557, se retiró a una villa junto al monasterio de San Jerónimo de Yuste en la provincia española de Extremadura, donde falleció el 21 de setiembre de 1558.
Carlos V padeció convulsiones desde su más temprana infancia, que persistieron hasta la juventud. El pequeño Carlos mostró gran afición por todo tipo de ejercicios físicos, que le llevarían en la adolescencia a sobresalir en las prácticas militares caballerescas. Debido al prognatismo ingería los alimentos casi sin masticar, abusando de las carnes, los dulces y las bebidas alcohólicas. En efecto, la mandíbula de Carlos I era tan saliente que no encajaba en el maxilar superior, debido a una tara genética de los Trastámaras y Austrias españoles, que le impedía pronunciar adecuadamente y le provocaba una inflamación crónica del labio inferior ("queilitis"), siendo portador de un "belfo hipertrófico". En concreto heredó de los Habsburgo el labio inferior prominente y de sus antecesores de la Casa de Borgoña el mentón salido, impidiéndole cerrar la boca, exhibiendo además una dentadura en pésimo estado.
Asimismo, Carlos I padecía hipertrofia de las vegetaciones adenoides, por lo que su voz era gangosa, asociando catarros frecuentes, por lo que se pensaba que padecía de "pólipos glandulares", que habrían desaparecido con el tiempo. Pero dicha posibilidad quedó desechada a la luz de los conocimientos actuales, pues la "poliposis nasosinusal" es una afección crónica y persistente, en la mayoría de casos, a pesar de que se efectúe su extirpación quirúrgica.
Sin embargo, el año pasado se llevó a cabo un gran descubrimiento. Julián de Zuloeta, médico que por más de 25 años ha investigado la malaria para la Organización Mundial de la Salud (OMS) en zonas tropicales; Pedro Alonso, también especialista en dicha enfermedad, y el patólogo Pedro L. Fernández, trabajando intensamente junto con un equipo de investigadores del Hospital Clínico de Barcelona, coordinado por Jaume Ordi, pudieron llegar a la conclusión de que Carlos V padeció de gota, en su forma más severa, y casi con seguridad de malaria, además de jaquecas, asma y hemorroides, como afirmó el médico e historiador Jerónimo de Moragas.
Trabajado con los procedimientos de la paleopatología, una disciplina sumamente útil para los historiadores y que estudia las enfermedades padecidas en épocas pretéritas a base de los restos y testimonios que se conservan, los investigadores analizaron con los métodos más modernos, la falange momificada del quinto dedo de una las manos del emperador Carlos V. Durante la revolución de 1868, que derrocó a la reina Isabel II, elementos del lumpen profanaron la tumba de Carlos V, en El Escorial, y le cercenaron una porción del dedo. La falange momificada llegó a manos del marqués de Miraflores, en septiembre de 1870, y en mayo de 1912 la entregó al rey Alfonso XII quien debió, a su vez, mandarla al Escorial en una urna.
El rey Juan Carlos I autorizó los análisis de esa porción del dedo y lo primero que se hizo fue rehidratar los tejidos momificados. Una vez conseguido esto, se extrajo una biopsia. Ya las radiografías de la falange mostraban la erosión del hueso por los cristales de urea, propia de la gota. Estos cristales han sido estudiados con diferentes métodos para averiguar la composición de los mismos. Así se pudo comprobar la extrema gravedad del artritismo imperial. La dolencia había destruido la articulación y se extendía a los tejidos blandos circundantes.
El análisis "confirmaba lo recogido históricamente, pero en un grado avanzado", señaló Fernández. "Hemos comprobado que Carlos V tenía gota severa, lo que probablemente fue un factor determinante en su decisión de abdicar, e ilustra cómo los estudios paleopatológicos pueden proporcionar importante información que lleve a una mayor comprensión de la historia", concluyen los investigadores en la revista.
"Ya era conocido que la gota le causaba gran incapacidad física", relata el patólogo, quien recuerda que el monarca la padecía desde los 28 años. "Sus médicos le recomendaban que siguiese una dieta estricta, pero el emperador tenía un apetito voraz, sobre todo para la carne. También le gustaba beber grandes cantidades de vino y cerveza. De este modo, sus hábitos dietéticos no fueron nada beneficiosos para reducir sus ataques de gota", añade el artículo.
Sus dolores debieron ser espantosos y se tuvo que fabricar una silla especial para transportarlo. El ácido úrico estaba copiosamente depositado en sus articulaciones. "Su sufrimiento físico influyó en las decisiones que tomaba, que afectaron al futuro de muchos países".
El emperador padecía episodios de este tipo con frecuencia, sobre todo hacia el final de su vida. De hecho, un ataque gotoso retrasó el intento de atacar la ciudad de Metz en 1552, durante una de las guerras con Francia. "Como consecuencia, la llegada del invierno permitió a la ciudad francesa resistir al ejército del emperador. Según algunos historiadores, un sentimiento de culpa de que su enfermedad había llevado a esta derrota hizo a Carlos V abdicar", relata el artículo del New England.
En 1556, sólo cuatro años después de esta batalla, Carlos V se retiró al monasterio de Yuste."Carlos V tenía sólo 58 años cuando falleció, probablemente de malaria, en 1558, pero parecía un hombre viejo y lisiado que apenas podía caminar o utilizar sus manos".
Pedro Antonio de Alarcón en su libro Viajes por España, afirma en relación a su paso por Yuste que “Carlos I fue el más comilón de los Emperadores habidos y por haber. Maravilla leer el ingenio, verdaderamente propio de un gran jefe de estado mayor militar, con que se resolvía la gran cuestión de vituallas, proporcionándose en aquella soledad de Yuste los más raros y exóticos manjares. Sus cartas y las de sus servidores están llenas de instrucciones, quejas y demandas, en virtud de las cuales nunca faltaban en la despensa y cueva de aquel modesto palacio de Yuste los pescados de todos los mares, las aves más renombradas de Europa, las carnes, frutas y conservas de todo el universo. Con decir que comía ostras frescas en el centro de España, cuando en España no había ni siquiera caminos carreteros, bastará para comprender las artes de que se valdría para hacer llegar en buen estado a la sierra de Jaranda sus alimentos favoritos”.
Carlos V murió de la patología que históricamente ha sido vista como una enfermedad de ricos, porque las comidas que incrementan el riesgo de padecerla sólo estaban al alcance de quienes tenían dinero.
Durante mucho tiempo la gota ha sido considerada únicamente como una enfermedad metabólica. Sin embargo, las últimas investigaciones demuestran que además de un problema metabólico, es un trastorno en el que participa el sistema inmunológico.
