Malaria, una historia que continúa
La malaria, también denominada fiebre palúdica o paludismo, es una patología producida por parásitos del género Plasmodium y constituye la enfermedad parásita tropical más importante en el mundo, y la enfermedad contagiosa que más muertes causa a excepción de la tuberculosis. En muchos países desarrollados, y en África especialmente, cobra muchas vidas, costos médicos, y pérdidas en días de trabajo, con más de 400 millones de casos cada año en todo el mundo, provocando entre uno y tres millones de muertes anualmente. La mayoría de casos ocurre en niños menores de 5 años y las mujeres embarazadas también son muy vulnerables.
A pesar de los esfuerzos de reducir la transmisión e incrementar el tratamiento, en los últimos 15 años no se ha logrado un gran cambio en las áreas que se encuentran en riesgo de la enfermedad. Es más, en algunas zonas del mundo la prevalencia de la patología continúa aumentando, aunque las estadísticas no son precisas porque muchos casos son indocumentados, pues ocurren en áreas rurales donde las personas no tienen acceso a hospitales o a recursos para garantizar cuidados de salud.
Se trata de un cuadro que, según los registros históricos, ha infectado a los humanos por más de 50,000 años. De hecho, algunos investigadores han propuesto que puede haber sido un patógeno durante toda la historia de nuestra especie, pues formas cercanas a los parásitos humanos de la malaria se han encontrado en chimpancés.
Sin embargo, no fue hasta 1880 que se tuvo el primer avance significativo en la lucha contra esta enfermedad, cuando el médico francés Charles Louis Alphonse Laveran (1845-1922) propuso que la malaria era causada por un protozoario, descubrimiento que, entre otras cosas, le significó obtener el Premio Nóbel en Fisiología o Medicina en 1907.
El poder de la observación
Desde un principio, la vida de Charles Louis Alphonse Laveran estuvo vinculada al mundo de la ciencia pues su padre, Théodore Laveran, fue profesor de cirugía en la Escuela Médica Militar de Val-de-Grâce.
Luego de desarrollar sus estudios escolares en París, siguiendo los pasos de su padre, se matriculó en la Escuela de Salud Pública de Estrasburgo, siendo designado en 1866 como estudiante de medicina residente de los hospitales civiles de esta ciudad. Gracias a sus capacidades, un año más tarde se doctoró con un trabajo sobre la regeneración nerviosa.
Al explotar la guerra franco-germana, en 1870 Laveran fue enviado al ejército como oficial de ambulancias, tras lo cual se incorporó como profesor de enfermedades y epidemias militares en Val-de-Grâce, puesto que previamente había ocupado por su padre. Durante este periodo publicó varios textos de medicina e higiene, especialmente orientados al ámbito militar, y comenzó a interesarse en ahondar sus conocimientos sobre el paludismo y otras enfermedades tropicales.
En 1878 fue enviado como médico militar a Argelia, donde permaneció por cinco años. Era una época en que la malaria causaba serios problemas sanitarios, aunque lo único que se sabía en ese entonces era que en la sangre de los enfermos había unos pequeños corpúsculos negros. Fue así como Laveran comenzó a estudiar el origen de ese pigmento y, al poco andar, descubrió el agente causal de la patología, que en un principio se denominó como Haemamoeba laverani.
Luego de sus primeras anotaciones realizadas en 1880, el médico continuó examinando una cincuentena de pacientes, confirmando el hallazgo de el agente infeccioso en más de un 50% de ellos. Como tantas otras veces sucedió con los avances médicos, el hallazgo fue recibido con escepticismo por la comunidad científica, pero más tarde su descubrimiento fue comprobado por otros investigadores. Su trabajo científico referente a esta patología y a otras enfermedades exóticas, le valió el Premio Nóbel de Medicina en 1907.
Mosquitos
Tras los descubrimientos de Laveran, el médico cubano Carlos Finlay postuló que eran los mosquitos quienes transmitían la enfermedad de un humano a otro. Su teoría fue comprobada en 1898 por el británico Sir Ronald Ross, quien ganó el Premio Nóbel de Medicina en 1902, específicamente por este hallazgo. Después de renunciar al Servicio Médico de la India, Ross trabajó en el recién fundado Liverpool School of Tropical Medicine y dirigió los esfuerzos para controlar la malaria en Egipto, Panamá, Grecia y y las islas Mauricio. De hecho, comenzaron a implementarse medidas sanitarias sistematizadas, las que se aplicaron, por ejemplo, durante la construcción del Canal de Panamá, lo que salvó la vida a miles de trabajadores y ayudó a desarrollar los métodos usados en campañas de salud pública en contra de la malaria.
El mecanismo de acción está dado por la hembra del anofeles infectada. Los parásitos se transmiten de persona a persona por el mosquito hembra anofeles. Los machos no transmiten la enfermedad ya que sólo se alimentan de los jugos de las plantas. Los parásitos se desarrollan en el intestino del mosquito y se comunica por la saliva del mosquito infectado cada vez que lleva a cabo un nuevo alimento de sangre. Entonces, los parásitos son transportados por la sangre al hígado de la víctima, donde invaden las células y se multiplican.
Así, en los humanos, las manifestaciones clínicas se deben a la ruptura de glóbulos rojos, que liberan merozoitos, que a su vez liberan sustancias que estimulan el hipotálamo, ocasionando repentinas crisis febriles, muy intensas, cada dos o tres días, seguidas de regresos bruscos a una aparente normalidad. Induce ataques de fiebre y anemia en la persona infectada acompañados de escalofríos, dolor en las articulaciones y dolores de cabeza. En la malaria cerebral, los glóbulos rojos infectados obstruyen los vasos sanguíneos del cerebro. Puede dañar otros órganos vitales y a menudo conduce a la muerte del paciente. El proceso febril va debilitando al organismo, lo que es muy peligroso, especialmente en el caso de los niños pequeños y de las mujeres embarazadas, pues la malaria en ellas es especialmente nefasta, dada la sensibilidad del feto, pues no tiene un sistema inmunitario desarrollado.
El ciclo continúa cuando un mosquito ingiere sangre de un enfermo o portador, y con ello algunos gametocitos. En el intestino del mosquito estos se transforman en macrogametos (femenino) y microgametos (masculinos), que se fusionan dando un cigoto móvil u oocineto . Este finalmente formará los esporozoítos que migran a las glándulas salivares del mosquito, completando el ciclo vital.
La propagación de la enfermedad está ligada con la construcción de caminos, la minería, aserraderos y nuevos proyectos de agricultura e irrigación, especialmente en áreas de nuevo desarrollo como el Amazonas. En otras partes donde hay desintegración de servicios a la salud, conflictos armados y movimientos masivos de refugiados se empeora la situación de la malaria.
Buscando soluciones
Además de identificar al insecto portador, resultaba fundamental desarrollar posibles tratamientos. La primera sustancia eficaz que se encontró contra la malaria fue la corteza del árbol Cinchona, que crece en las colinas de los Andes, en particular en Perú, donde los indígenas lo utilizaban incluso antes de la llegada de los españoles. Pese a que los jesuitas introdujeron su uso en Europa durante los años 1640, recién en 1820 la quinina, principio activo que se extrae de la corteza, fue presentada por los químicos franceses Pierre Joseph Pelletier y Jean Bienaime Caventou.
Un aspecto curioso es que a comienzos del siglo XX, antes de los antibióticos, los pacientes con sífilis eran intencionalmente infectados con malaria para crear una fiebre, que al ser controlada con quinina, los efectos tanto de la sífilis como la malaria podían ser minimizados. Algunos de los pacientes murieron por la malaria, aunque eso era preferido por encima de la casi segura muerte por sífilis.
Otro hito importante sucedió en 1980, cuando se observó la forma latente hepática del parásito, lo que permitió explicar por qué algunas personas que aparentemente se habían curado de la enfermedad, volvían recaer años después de que el parásito había desaparecido de su circulación sanguínea.
El primero en descubrir una vacuna sintética contra la malaria fue el doctor Manuel Patarroyo, de origen colombiano. Además, la revista The Lancet publicó el 16 de octubre de 2004 los resultados iniciales del mayor ensayo clínico de una vacuna contra la malaria en África, en un artículo cuyo autor principal es Pedro Alonso, profesor del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona y titular de la Cátedra UNESCO del Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible en dicha universidad.
Otra vía económica y altamente eficaz que se ha estudiado para detener la malaria en el tercer mundo es el insecticida DDT. En 1955 la Organización Mundial de la Salud (OMS) puso en marcha el “Programa de Erradicación Mundial de la Malaria” que se centraba, sobre todo, en la erradicación de los vectores, luchando contra ellos con el uso de este compuesto químico. Muchas naciones se sumaron al proyecto, se secaron humedales, se limpiaron campos y bosques y millones de hogares fueron rociados con la sustancia. Las campañas dieron resultado y el paludismo remitió de forma bastante drástica en el sur de Europa, norte de África y Oriente Medio. Sin embargo, al poco andar aparecieron resistencias a los insecticidas y resistencias de los parásitos a los fármacos. Poco a poco fueron disminuyendo las partidas económicas y también el interés. En la década de los años sesenta del siglo XX se dio más importancia al tratamiento de la enfermedad cuando era posible y a mantener un control de la situación.
En 1962 Rachel Carson publicó el libro “Primavera silenciosa”, donde se explicaban los peligros ecológicos que se derivaban del uso de DDT, afectando el medio ambiente, los animales y las personas. Como consecuencia de ello, en 1969 muchos países lo prohibieron y los países del tercer mundo se vieron inmediatamente desabastecidos y muchas de las ayudas que recibían se condicionaron a la no utilización de la sustancia.
En la actualidad, está prohibida la producción, uso y comercialización del DDT y sólo puede usarse en contadas ocasiones. Sin embargo, en 2006 la OMS anunció que el insecticida volvería a formar parte de sus campañas para la erradicación de la malaria mediante fumigación del interior de las casas o residencias. Así ha ido resurgiendo el interés por la lucha contra la malaria, con el estudio de nuevas drogas, el uso de mosqueteros tratadas con insecticidas, fumigación de las casas, tratamiento profiláctico intermitente que, junto a la vacuna, están logrando la disminución de la incidencia de la enfermedad.
