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20 Agosto 2007

La particular anatomía hiperrealista de Ron Mueck

Durante el siglo XIX las corrientes artísticas se fueron alejando de la representación clásica, en especial en lo que se refería a la reproducción de las formas humanas y animales, donde el tradicionalismo de la herencia greco romana había inspirado el trabajo de miles de creadores que vieron en los científicos anatomistas una fuente de inspiración.

Luego de transitar por siglos de la mano de la ilustración médica, que fue muchas veces inspiradora para los grandes maestros del renacimiento y de los siglos posteriores, mientras se acercaba el siglo XX, los artistas fueron buscando nuevos métodos que permitieran desarrollar propuestas más trasgresoras, con el objetivo de romper la pasividad de los espectadores y hacerlos partícipes de las obras a través de la generación de fuertes y evidentes cuestionamientos estéticos. Es así como aparecen nuevas tendencias, el cubismo, el expresionismo abstracto, el arte óptico, las manifestaciones cinéticas y objetuales se tomaron la escena creativa como vanguardias hasta los años ’60, teniendo a Estados Unidos como polo de desarrollo principal.

Siguiendo el camino abierto por el arte pop, es en este escenario que surge una nueva corriente: el hiperrealismo, contra tendencia radical de la pintura realista surgida en EE.UU. a finales de esa década, que propone reproducir la realidad con la misma fidelidad y objetividad que la fotografía, a la que toma como modelo y cuyos códigos aplica. Al igual que el arte pop, el hiperrealismo rescata la iconografía de lo cotidiano, se mantiene fiel a la distancia de su enfoque y produce las mismas imágenes neutras y estáticas, donde la mano del artista pareciera estar ausente.

En esa época la abstracción era la tendencia dominante y el realismo estaba mal visto, pues se consideraba un arte que copiaba de fotografías o de la realidad y sin ningún interés. Sin embargo, artistas como Chuck Close desarrollaron técnicas totalmente nuevas de representación de la realidad, consiguiendo resultados que se apartan totalmente del retrato tradicional y se acercan más hacia el principio cinematográfico del primer plano y el gesto objetivador de las fotografías clínicas y policiales.

Algunas décadas más tarde, esta corriente inspiró a algunos escultores que también desarrollaron trabajos hiperrealistas, como Duane Hanson, John de Andrea y Nancy Graves. Pero sin duda, uno de los artistas que en los últimos años ha generado más impacto con su propuesta es el australiano Ron Mueck, quién a logrado plasmar magistralmente la cotidianidad humana explorando la anatomía y las formas de modo magistral.


De la arena al detalle

Ron Mueck nació en Melbourne, Australia, en 1958. Sus padres, de origen alemán, eran diseñadores de juguetes y siempre lo motivaron a perfeccionar uno de sus más grandes pasatiempos infantiles, el cual lo llevaba a pasar largas horas realizando esculturas de arena en la playa.

Más tarde continuó desarrollando formas, pero esta vez eran diversos modelos ficticios para la televisión, área en la que se destacó, por lo que a principios de los ’80 fue contratado para trabajar en el equipo de producción del Show de los Mappets en Londres y en los efectos especiales de la película Laberinto, protagonizada por David Bowie y Jennifer Connelly.

Posteriormente, fundó su propia empresa de utilería, maniquíes y robots animados para la industria de la publicidad. Allí sus obras eran perfectamente hiperrealistas, pero estaban diseñadas para ser fotografiadas desde un solo ángulo muy específico, ocultando así el desorden de la obra vista desde otro enfoque.

Mueck con más y más frecuencia deseaba producir esculturas que se vieran perfectas desde cualquier ángulo. La primera oportunidad que el australiano tuvo para plasmar este anhelo llegó en1996, año en que colaboró con su suegra, la pintora portuguesa Paula Rego, produciendo pequeñas figuras como parte de una escena que ella estaba mostrando en la Galería Hayward.

Fue en esa ocasión que el afamado coleccionista Charles Saatchi quedó fascinado con el trabajo de Mueck, solicitándole algunas obras. Así, la carrera del creador fue impulsada dándose a conocer mundialmente con la escalofriante pieza de silicona y otros materiales que lleva por nombre “Dead Dad” (papá muerto) y que se inspiró en el cuerpo muerto de su propio padre, reducido aproximadamente a dos tercios del tamaño natural.

Desde entonces sus esculturas reproducen fielmente los detalles del cuerpo humano, pero jugando con la escala para crear imágenes que estremecen al público. De hecho, sus obras parecieran ser blandas, porque simulan la textura precisa de la carne. No trabaja la piedra o el bronce, sino el poliéster, la silicona y las resinas.

Los expertos han señalado en forma reiterada que sus obras reflejan con tal exactitud a sus modelos que su trabajo tiene el hálito de la vida, dado que reproduce cada detalle del cuerpo como los tendones, las uñas de los pies y el cabello. Ha declarado que sus referencias no son clásicas ni modernas y se define como un autodidacta que, más que a Miguel Ángel o Rodin, admira al profesor R.D. Lockhart, cuya Anatomía Viviente (un atlas fotográfico de los músculos en acción) es su libro de cabecera.

En 1999 su obra de cinco metros “Boy”, fue mostrada en el “Millenium Dome” y más tarde se exhibió en la Bienal de Venecia, en la Royal Academy de Londres y en el Grand Palais de París, generando polémica y otras reacciones extremas entre los críticos y el público.

Su consagración definitiva se produjo el año 2003 cuando expuso en solitario en la National Gallery, el principal museo de Londres. En dicha ocasión destacó una obra inspirada en la maternidad, donde un niño, todavía unido al cordón umbilical, reposaba sobre el vientre de su madre, en una escena que da cuenta de una perfección sobrecogedora, en la que el artista había cuidado todos los detalles, construyendo una versión posmoderna de la Virgen María y el niño Jesús. Para lograr este resultado, Mueck ha dicho que acudió a libros médicos y fotografías de partos.

Con un valor que supera el millón de dólares por cada una de ellas, en la última década, el artista ha creado 36 piezas, sólo una de ellas a tamaño real. Ha señalado que altera las proporciones, pues de lo contrario su trabajo no sería interesante.

Así, regresando a la tradición, a los grandes maestros y a las enseñanzas de la anatomía, a través de su hiperrealismo Ron Mueck abre un nuevo capítulo en la historia del arte, una historia que regresa una y mil veces a sus orígenes, al deseo del ser humano de plasmar su historia y sus vivencias a través de la imagen de sí mismo.

Por Paloma Baytelman

Mundo Médico

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