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01 Mayo 2023

Dr. Víctor Montori:

“La clave en medicina está en conectar con las personas”

Volver al encuentro entre médicos y pacientes con conversaciones sin prisas podría transformar los servicios de salud, para que dejen de ser una actividad mecanizada y se conviertan en una altamente humana.

Víctor Montori es médico e investigador peruano. Se graduó en la Universidad Cayetano Heredia de Lima y completó su formación de postgrado en la Clínica Mayo de Estados Unidos y en Universidad McMaster de Canadá, donde cursó un máster en investigación y medicina basada en evidencia.

Actualmente, trabaja en la División de Endocrinología, Diabetes, Metabolismo y Nutrición y como profesor en la Mayo. Es uno de los investigadores clínicos más citados del mundo y codesarrollador del concepto medicina mínimamente impertinente, que aboga por una atención no solo útil y deseable, también factible.

En 2016, fundó The Patient Revolution, una organización sin fines de lucro para llevar a la acción las ideas propuestas en su libro “La rebelión de los pacientes: contra una atención médica industrializada, donde promueve que sea cuidadosa y amable. 

“Una en la que clínicos (entendido como cualquier profesional que desempeñe su labor con la misión de procurar salud, bien sean médicos especialistas, generalistas, enfermeros, asistentes, etcétera) y pacientes se encuentren sin prisa para que, en base a la evidencia y el contexto, tomen decisiones compartidas. La clave para dar solución a los problemas de las personas está en conectar con ellas”. 

En lugar de potenciar un sistema de cuidado, dice, “tenemos uno industrializado en el que se procesa al paciente y no se lo ve con claridad. Eso lleva a que se responda con tratamientos generalizados”. 

- ¿En ese proceso reflexivo nace el libro La rebelión de los pacientes?

Este trabajo sale a la luz por un proceso de contrastes. En Perú, clínicos y sistemas no estaban en posición de responder a las demandas de la población de manera oportuna, eficaz y segura. Entendía que se debía a la pobreza material, incapacidad de gestión y problemas culturales. Sin embargo, cuando fui a Estados Unidos me encontré con que también había dificultades, pero no se relacionaban con los factores detectados anteriormente, sino con una “corrupción en la misión”. La gente participaba en el sistema de salud con el objetivo primario de ganar más dinero, no de mejorar la situación del enfermo. Esa discrepancia me llevó a encontrar profundamente problemático el hecho de que en un lugar con tantos recursos, se cayera en un cuidado subóptimo y que no se accediera a uno respetuoso y digno.

- ¿De qué manera es posible corregir esta realidad?

Volviendo a una atención cuidadosa, amable y sin prisas, que permita entregar tiempo de calidad. Los sistemas que lo logran son aquellos que están convencidos de que pueden hacerlo con los recursos que tienen que, generalmente, siempre son insuficientes. 

Bajarle la velocidad al cuidado del paciente puede tener un efecto paradójico de no aumentar necesariamente las listas de espera, porque mejora la posibilidad de que clínico y enfermo lleguen al diagnóstico correcto y a la solución más pertinente en el primer encuentro. Es decir, esa persona no vuelve a la fila en busca de una respuesta que, muchas veces, tiende a ser genérica. 

- ¿Podemos ligar este alejamiento de la misión a un hecho puntual?

Es una gran tentación tratar de buscar la condición que llevó a esto. Creo que como cualquier sistema complejo es consecuencia -probablemente no deseada- de una serie de situaciones que han emergido de manera separada. 

Por ejemplo, vivimos en sociedades que han desaprendido la preocupación mutua. En los antiguos contextos, de médicos de cabecera, en las casas había cuidadores. Si un bebé no dormía y lloraba por las noches se recurría a la abuela que tenía cuatro o cinco trucos que había aprendido, a su vez, de otros y con eso podían resolver. Una ansiedad de ese tipo se trataba de solucionar localmente antes de acudir a un profesional. Y cuando se le llamaba, él mismo trataba de darle capacidad a esa familia para la autorresolución. Esto se ha ido perdiendo y se ha reemplazado por procesos cada vez más subespecializados que han convencido a la población de que no tienen ni la capacidad, ni los conocimientos para enfrentarse a inconvenientes de salud y que si intentan hacerlo lo único que van a lograr es que estos empeoren y terminen transformándose en situaciones inmanejables. Y nosotros, los médicos, hemos contribuido con nuestros mensajes a convencer sobre eso a la gente. Se le ha quitado el sentido de cuidado a las personas.

- Y, por otro lado, se ha llegado a una medicina industrializada. ¿Qué significa eso? 

Es el resultado de políticas y diseños de instituciones que escatiman esfuerzos a la hora de cuidar al enfermo. Se da en países desarrollados y en vías de serlo, donde el financiamiento es estatal, pero los manejos aplicados son de austeridad. Eso lleva a que los sistemas no se financien de manera óptima y a que el encuentro entre médico y paciente sea una cita apresurada, lo que no permite el verdadero diálogo. 

Por tanto, las respuestas que se dan a sus problemas son genéricas e inespecíficas y se corre el riesgo de que a la persona se la trate con indiferencia. En Estados Unidos, el proceso es el mismo, pero el resultado es diferente, porque se extrae lucro del sistema y quedan pocos recursos para el cuidado. 

Es un proceso global, que tiene diferentes causas dependiendo de cómo se organizan los sistemas de salud, pero el resultado final es clínicos agotados, trabajando en demasía y sin ninguna conexión personal, con pacientes a los que se les trata de manera general sin atender necesidades específicas. Entonces es un “procesamiento”, más que una prestación cuidadosa y gentil.

- Se puede mantener una conversación sin apuros en estos tiempos…

Muchas veces no se logra. Y el sistema favorece a eso. Sin embargo, se puede interactuar de una manera cercana independiente del tiempo que se disponga. En ese espacio temporal sin prisa, el clínico debería tener la oportunidad de ver al paciente en toda su biología, pero también en su biografía. De tal manera que, cuando se ofrezcan respuestas para la situación problemática, estas tengan alguna posibilidad de ser efectivas, pertinentes y factibles, es decir, que puedan ser implementadas en la vida diaria. Y este proceso de creación de programas de tratamiento tiene que ser un trabajo conjunto y compartido. 

La pérdida de la conversación es el abandono de algo, tan fundamentalmente humano, como el cuidado. Ojalá que este movimiento que estamos tratando de promover tenga como efecto adicional un reconocimiento a la importancia que tiene el diálogo en la convivencia.

- ¿Qué recomendaría a los profesionales de la salud latinoamericanos para mejorar esta medicina generalizada?

En nuestros países, la formación médica y de enfermería tiene una marcada raigambre humanista. Los profesionales llevan en su “ADN intelectual” la capacidad de conectar con esa tendencia, independiente de que les han dicho que aquello no es importante, sino que lo prioritario es lo científico, la eficiencia y el uso adecuado de la tecnología.

Lo primero es regresar a esa formación y al conversar. Tenemos que reorganizar nuestros gremios no para reclamar, sino para crear consensos sobre qué modelo necesitamos, no solo desde la perspectiva sanitaria sino que humana, como parte de una sociedad que debe tender hacia el cuidado de todos.

Podemos ser agentes de cambio locales. Varias sociedades invirtieron muchísimo en formarnos y es hora de devolver la mano siendo mejores. Utilizando nuestra educación humanística y compasión profesional podemos ayudar a que nuestras comunidades se curen de su individualismo y den paso al interés mutuo. En nuestro quehacer eso se alcanza con una atención cuidadosa y gentil.

Por Carolina Faraldo Portus

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