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05 Octubre 2022

Comer tarde aumenta el hambre y disminuye las calorías quemadas

Disminuye la leptina sérica de 24 horas, el gasto energético durante la vigilia y la temperatura corporal central en 24 horas, además de alterar la expresión génica del tejido adiposo favoreciendo un mayor almacenamiento de lípidos.

La obesidad es una grave epidemia que afecta a unos 650 millones de adultos en todo el mundo. La obesidad es uno de los principales factores que contribuyen a la carga mundial de enfermedades crónicas y discapacidades, ya que eleva el riesgo de padecer una amplia gama de problemas de salud, como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, ciertos tipos de cáncer y la mortalidad por COVID-19. Por este motivo, la prevención y el tratamiento de la obesidad se han identificado como un imperativo global.

Las intervenciones conductuales dirigidas a la obesidad han sido en su mayoría dirigidas a reducir la ingesta de energía en la dieta o a aumentar el gasto energético a través del aumento de la actividad física. Sin embargo, suelen ser solo transitoriamente eficaces, ya que un complejo conjunto de factores más allá de la dieta y el ejercicio influyen en el equilibrio energético y contribuyen al riesgo de obesidad

La influencia del sistema circadiano y su interacción con la hora de comer en el metabolismo se ha demostrado a nivel de la fisiología de todo el cuerpo y a nivel nivel molecular, por ejemplo, en los adipocitos. Por lo tanto, el horario circadiano de la ingesta de alimentos se ha propuesto como un factor que puede alterar el equilibrio energético y actuar como un factor de riesgo modificable para la obesidad.

Investigadores del Brigham and Women's Hospital (EEUU) estudiaron a 16 pacientes con un índice de masa corporal (IMC) en el rango de sobrepeso u obesidad para averiguar la influencia del sueño y el peso. Cada participante completó dos protocolos de laboratorio: uno con un horario de comidas tempranas estrictamente programado, y el otro con exactamente las mismas comidas, unas cuatro horas más tarde en el día. En las últimas dos o tres semanas antes de empezar cada uno de los protocolos en el laboratorio, los participantes mantuvieron horarios fijos de sueño y vigilia, y en los últimos tres días antes de entrar en el laboratorio, siguieron estrictamente dietas y horarios de comida idénticos en casa.

En el laboratorio, los participantes documentaron regularmente su hambre y su apetito, proporcionaron pequeñas muestras de sangre frecuentes a lo largo del día y se les midió la temperatura corporal y el gasto energético. Para medir el efecto de la hora de comer en las vías moleculares que intervienen en la adipogénesis, es decir, en la forma en que el cuerpo almacena la grasa, los investigadores tomaron biopsias de tejido adiposo de un subgrupo de participantes durante las pruebas de laboratorio, tanto en el protocolo de alimentación temprana como en el de alimentación tardía, a fin de poder comparar los patrones y niveles de expresión génica entre estas dos condiciones de alimentación.

Los resultados revelaron que comer más tarde tenía profundos efectos sobre el hambre y las hormonas reguladoras del apetito, la leptina y la grelina, que influyen en nuestro deseo de comer. En concreto, los niveles de la hormona leptina, que señala la saciedad, disminuyeron a lo largo de las 24 horas en la condición de comer tarde, en comparación con las condiciones de comer temprano. También quemaban calorías a un ritmo más lento y mostraban una expresión genética del tejido adiposo hacia un aumento de la adipogénesis y una disminución de la lipólisis, que promueven el crecimiento de la grasa. En particular, estos hallazgos transmiten mecanismos fisiológicos y moleculares convergentes que subyacen a la correlación entre comer tarde y aumentar el riesgo de obesidad.

Estos hallazgos no solo concuerdan con un amplio conjunto de investigaciones que sugieren que comer más tarde puede aumentar la probabilidad de desarrollar obesidad, sino que arrojan nueva luz sobre cómo podría ocurrir esto. Mediante un estudio aleatorio y cruzado, y controlando estrictamente factores conductuales y ambientales como la actividad física, la postura, el sueño y la exposición a la luz, los investigadores pudieron detectar cambios en los diferentes sistemas de control que intervienen en el equilibrio energético, un indicador de cómo nuestro cuerpo utiliza los alimentos que consumimos.

En futuros estudios, el equipo pretende reclutar a más mujeres para aumentar la generalización de sus hallazgos a una población más amplia. Aunque la cohorte de este estudio solo incluía cinco participantes femeninas, el estudio se configuró para controlar la fase menstrual, lo que redujo los factores de confusión. 

Fuente bibliográfica

DOI: 10.1016/j.cmet.2022.09.007

Ciencia y Medicina

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