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CAPÍTULO 3 - SEMIOLOGÍA

Semiología en la Práctica Clínica Pediátrica

Francisco Barrera Q.

Joel Riquelme R.

El médico pediatra en base a la semiología, tiene la oportunidad de establecer la condición

de salud de un niño. Ello adquiere máxima trascendencia en el momento del nacimiento y

pone en juego su destreza clínica y experiencia en un momento tan crucial. Sin embargo en

toda consulta pediátrica, particularmente en los servicios de urgencia, el buen entrenamiento

clínico y semiológico puede ser fundamental para decidir una adecuada y oportuna conducta

médica.

Los antecedentes obtenidos de la historia clínica permitirán determinar con mayor o

menor precisión la orientación del examen físico y la posterior solicitud de exámenes

complementarios. Por ello, la información resultante, su grado de confiabilidad, cuan

completa sea y su enfoque integral son de la mayor trascendencia. Aunque lamentablemente

su importancia se ha visto reducida, por una mal entendida modernidad, el rol actual de la

semiología debería ser el de siempre: precisar síntomas y signos en la historia clínica que le

permitan al pediatra establecer las bases de su hipótesis diagnóstica y orientar la solicitud de

exámenes de laboratorio e imágenes necesarios, para finalmente definir la conducta terapéuti-

ca. Una inadecuada historia clínica, un examen físico superficial o incompleto o una

incorrecta interpretación semiológica son la base principal de los errores diagnósticos y, por

consecuencia, terapéuticos. Hoy en día, ello no solo se traduce en iatrogenia, sino que además

en un innecesario aumento de los costos en salud y en riesgo de juicio por mala práctica.

En la actualidad, la práctica clínica médica ha sufrido importantes modificaciones

derivadas de los cambios observados en las enfermedades propias del niño, patologías

emergentes (influenza aviar, síndrome agudo respiratorio, Hanta virus, Ebola, enfermedades

adictivas, etc.) y reemergentes (tuberculosis), así como por la aparición de nuevos y modernos

métodos de estudio; ambas situaciones unidas a la premura en lograr un rápido y preciso

diagnóstico, induce al clínico a la solicitud de variados exámenes complementarios a la

evaluación clínica.

Se ha insistido en que el primer y mejor pediatra para un niño es su propia madre. Ello

basado en que la permanente y oportuna apreciación de la madre en relación al estado de

salud-enfermedad del niño, es fundamental. Diversos estudios señalan que, por ejemplo, la

percepción de fiebre en su hijo, a través del contacto físico, tiene un alto grado de correlación

con la medición de temperatura efectuada por personal entrenado. Una consulta tardía, sobre

todo en una patología aguda (hernia inguinal atascada en la niña, dolor inguinoescrotal en el

varón, síndrome diarreico, enfermedad meningocócica, apendicitis aguda), puede ser el

principal factor de mal pronóstico. Lo mismo puede observarse en enfermedades de curso más

lento (enfermedades oncológicas, particularmente leucemia, conectivopatías, alteraciones

psiquiátricas). Trastornos del ánimo de la madre, especialmente relacionados con depresión,

pueden retrasar la apreciación del estado de salud del niño, sobrevalorar o subvalorar

determinados síntomas y signos e inducir al pediatra, sobre todo con menor experiencia, a una

evaluación semiológica inadecuada e incluso equivocada. Las características de crianza