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adornar los servicios restando tiempo al merecido

de la mañana o la tarde libre que otorgaba el

sistema de turnos de aquellos días, o la grata

convivencia familiar, para hacer los adornos,

pintar escenas de cuentos infantiles, creatividad

que hizo merecedor de premios al equipo

humano de Bronco.

En este grato ambiente de trabajo, con excelentes

auxiliares de enfermería como Eliana Toro, Malvina

Valenzuela (la mami), Violeta Maldonado, Mariluz

Pulgar, Estelita Torres, Patricia Rozas… vivimos

períodos complicados en nuestro país, que

repercutieron en la vida laboral y familiar. Como

una familia nos apoyamos en las dificultades,

respetando los ideales personales que no

mezclábamos con nuestras responsabilidades

laborales, volcando toda nuestra energía en la

recuperación de los niños, esto nos permitió

salir bien en los difíciles momentos de la Unidad

Popular y el Gobierno Militar.

El

11

de septiembre de

1973

me sorprendió con

mis pequeños hijos de

5

y

4

años, fueron tres

largos días agotadores física y emocionalmente

que permanecimos en el hospital sin saber que

pasaba con nuestra familia.

Con el cambio de gobierno también cambió

nuestra rutina laboral, no se autorizaban

reuniones y las actividades en turno eran

interrumpidas por un destacamento de militares

que acompañado por la enfermera de turno

inspeccionaban las dependencias clínicas. El

temor palpitaba fuerte en nosotros pero

terminamos acostumbrándonos a su presencia y

poco a poco ésta se fue distanciando.

El tiempo no se detiene y así llego el año

1976

,

mis hijos ya eran cuatro, responsabilidad de esto,

creo yo, la tuvo el toque de queda.

¿Qué aconteció

ese año?

Una mejor época para la atención

pediátrica, contábamos con un residente las

24

horas, nos acompañaron en turno los becados,

doctores Francisco Barrera Quezada, Carmen

Alvarado González, Enrique Álvarez Lira, Miguel

Ferrari Acuña, Patricio Aránguiz Zambrano, Carlos

Barría Baechler y el recordado doctor Hernán

Sepúlveda, un gran equipo de profesionales y

excelentes compañeros de largas jornadas. Pero,

siempre hay un pero, otro acontecimiento vino

a alterar el ambiente, nos vimos obligados a un

repentino traslado al actual hospital; cuyas

dependencias fueron compartidas con los adultos

del Hospital San Borja. Dicha ingrata tarea le

correspondió al doctor Alejandro Maccioni Seis

dedos, Jefe de Servicio de pediatría en aquellos

tiempos, acompañado de su fiel amigo y gran

colaborador, doctor Santiago Rubio Arce. La torre

pediátrica fue solo un proyecto y nuestro querido

hospital de niños quedo reducido a dos Servicios

Clínicos, el área quirúrgica que permaneció en

su planta física y el área pediátrica con camas

hacinadas en la mitad del octavo piso y dos

salas en el quinto piso para la Unidad de

Broncopulmonar junto a la UCI de adulto, cuyos

médicos y enfermeras de turnos extraordinarios,

tuvieron que asistir urgencias de los niños, en

espera de la atención de los profesionales

pediátricos que se concentraban en el piso

superior.

No sólo perdimos espacio físico, sino también en

breve, a nuestra Enfermera Jefe y poco a poco a

otras colegas que optaron por partir frente a la

situación caótica que vivíamos por el alejamiento

de nuestros líderes, doctor Maccioni y la

Sra. Sara la imposición que todas las enfermeras

se integraran a los turnos de noche, la disminución