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GUÍAS DE PRÁCTICA CLÍNICA EN PEDIATRÍA

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resulta más holística ya que enfatiza que la relación se establece con un paciente particular, pero

en un contexto tomando en cuenta la experiencia que tiene con la enfermedad, el medio social,

cultural y ambiental en que se encuentra. De esta manera se procura que el propio paciente sea

el que esté orientando los cuidados que recibe después de estar adecuadamente informado y

considerando su realidad en forma completa. Esto se califica como “medicina centrada en el pa-

ciente”, considerando el paciente en un contexto más amplio que sólo sus capacidades para tomar

decisiones racionales. Implica admitir que la autonomía no se dirime solo en primera persona, que

no es solo un indicador de las habilidades cognitivas del sujeto racional, sino que el desarrollo de

dichas capacidades está fuertemente condicionado por elementos externos al sujeto. Las personas

son esencialmente segundas personas. Esta afirmación apunta en primer lugar a la psicología evo-

lutiva, a la necesidad de interacción que tienen las niñas y niños para desarrollar sus capacidades

cognitivas, emocionales y conductuales. Las personas vienen después y antes de otras personas. Las

personas son esencialmente sucesoras, herederas de otras personas que las formaron y cuidaron de

ellas. Este origen que señala la dependencia de los humanos de otros humanos, sirve para señalar la

dependencia que tiene el paciente de otras personas ya que no decide exclusivamente de acuerdo

a una conciencia racional. En este estilo el médico adopta un rol menos paternal y es más bien un

colaborador para que el paciente adquiera mayor seguridad y capacidad para tomar decisiones

tomando en cuenta su realidad como un ser social y no como un individuo aislado.

Conclusiones

En relación a lo expuesto se ve la necesidad imperiosa de repensar el concepto de autonomía

en el estado actual de la relación médico-paciente. Existe un nuevo contexto con un abanico muy

extenso de prácticas asistenciales en el ámbito sanitario. Por un lado, aún muchos profesionales

continúan siendo excesivamente paternalistas, pero es cierto que cada vez son menos. Frente a

esto, lo que se ha extendido es la visión de la práctica sanitaria contractual, en la que sí se recono-

ce formalmente la autonomía del paciente, aunque no se reconoce tanto ética como jurídicamen-

te. A esta situación cabe añadir que el paciente muchas veces es el protagonista desconocedor de

cuál es su papel en todo este proceso. El paciente no ha sido capacitado para ejercer sus derechos

y, aún peor, cuando los conoce y no quiere ejercerlos. La información que se le da la mayoría de

las veces es insuficiente, llena de tecnicismos, etc. Es por todo ello que se hace necesario reformu-

lar el concepto de autonomía para la medicina actual. La autonomía en sentido liberal, que parte

de Kant, es una autonomía que se presenta como ajena a los pacientes reales. Fundamentalmente,

porque no toma en cuenta la dimensión relacional del hombre, ni las características propias de la

relación clínica. La autonomía relacional pretende articularse como un concepto que intenta dotar

de condiciones de posibilidad a la autonomía. Esto se puede lograr mediante una capacitación de

las personas en el proceso para decisiones reflexivas y racionales considerando su realidad tanto

individual y como miembro de una realidad familiar y social. Además, es indispensable la capaci-

tación del médico para actuar dentro de este estilo de relación médico-paciente.

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