

Dr. Rolf Raimann Saelzer
Servicio de Oftalmología
Hospital San Juan de Dios
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Editorial
Sin embargo la técnica quirúrgica más realizada en este lugar es la extracción extracapsular por
“microinsición” que consta en un túnel corneoescleral de 3 mm de largo por 6 mm de ancho en
la parte externa, pero que se amplía a 9 mm en su apertura interna. Por este canal se extruye el
núcleo, que ha sido previamente luxado a la cámara anterior. Posteriormente se aspiran las masas
y se coloca un lente rígido. La esclera se deja sin sutura y se cierra solamente la conjuntiva con
una pinza bipolar.
No constaté aplastamientos de cámara en el primer día postoperatorio de ninguno de estos pacientes,
las corneas en general estaban claras y los pacientes muy agradecidos.
El instrumental era mínimo y bastante precario, pero lo que más me llamó la atención es que era
reutilizado una y otra vez durante la misma jornada quirúrgica sin reesterilización entre paciente y
paciente. Tampoco realizábamos cambio de guantes entre cirugías. Inmediatamente esto me llevó
a preguntar por la tasa de endoftalmitis, a lo cuál ellos me respondieron con estadísticas similares
a lo descrito en el resto del mundo.
Esto abre algunas interrogantes: ¿serán realmente todas las medidas de limpieza dentro del pabellón
necesarias o acaso el sistema inmune de los indios está mucho más desarrollado que el nuestro? Se
ha postulado que el origen de la mayoría de las endoftalmitis está en la flora propia del paciente y no
en la contaminación externa, por lo que quizás el énfasis se deba poner precisamente en controlar
esta flora. Aunque por supuesto yo exigiría material estéril si me fuera a someter a una cirugía.
Todo lo que acabo de describir suena como una película de horror, pero en este escenario, con 12
millones de ciegos en un país tremendamente pobre, con bajas expectativas de vida y con muy mal
acceso a salud, estas condiciones resultan ser las mejores para solucionar un problema de salud
pública tan grave. De esta manera se logra atender y operar volúmenes enormes de pacientes, en
poco tiempo y a un bajísimo costo (menos de 30 dólares por catarata), evitando que muchos de
estos pacientes lleguen a morir ciegos sin haber tenido jamás la oportunidad de una cirugía.
Con esto y muchas otras anécdotas en la mente, ya de vuelta en nuestro medio, veo con orgullo
y alegría los buenos estándares de calidad que tenemos en la atención pública oftalmológica de
nuestro país, más allá de las críticas que algunos políticos puedan realizar. Esto no quiere decir que
no hay nada que mejorar, por el contrario, cada lugar se debe adaptar a su realidad para obtener el
equilibrio entre eficiencia y calidad de atención y esto debiera ser un aliciente para seguir mejorando
con miras a alcanzar una buena cobertura de atención oftalmológica, de alta calidad y acorde a
nuestros medios.