ATEROMA

Editorial Inflamación y aterosclerosis Papel de la nutrición Uno de los descubrimientos médicos más relevantes de las dos últimas décadas ha sido el papel crítico que el sistema inmunitario y la respuesta inflamatoria representan en la etiopatogenia de la mayoría de enfermedades crónicas no transmisibles. Las patologías relacionadas con la inflamación como la aterosclerosis y las enfermedades cardiovasculares (ECV: cardiopatía isquémica, accidente vascular cerebral, isquemia periférica), la diabetes tipo 2, el cáncer, la enfermedad renal crónica, el síndrome metabólico (incluyendo el hígado graso no alcohólico) y las enfermedades autoinmunes y neurodegenerativas constituyen las causas más importantes de morbi-mortalidad global. En todos estos procesos la inflamación es crónica y de bajo grado, persistente en muchos casos, pero también reversible si se corrigen sus factores de riesgo. Por ejemplo, en la aterosclerosis la inflamación se inicia y perpetúa por el depósito en la pared arterial de colesterol transportado en las LDL, un concepto ya bien establecido hace 20 años, al igual que su reversibilidad tras tratamiento reductor del colesterol, sobre todo con estatinas, que tienen propiedades antiinflamatorias más allá de las asociadas a la reducción del colesterol (1). El concepto de patología causada o agravada por una inflamación crónica es extensible a las secuelas de una infección aguda, como las potencialmente graves consecuencias a largo plazo de haber sufrido un episodio de infección por COVID-19, el “corazón COVID” (2). La evidencia más abundante del papel patogénico de la inflamación crónica se ha obtenido en la aterosclerosis y sus complicaciones, las ECV. Basta recordar el marcador de inflamación más estudiado, la proteína C-reactiva (PCR), con valor predictivo de eventos isquémicos clínicos. Otros biomarcadores circulantes que se asocian con el riesgo coronario en estudios prospectivos son las citoquinas pro-inflamatorias como la interleucina (IL)-1β, IL- 6, IL-18, factor de necrosis tumoral e interferón-γ, entre otras. Sin embargo, la primera prueba científica irrefutable del beneficio de tratar directamente la inflamación en la ECV se obtuvo el año 2017 con el estudio CANTOS, en el que la terapia con un anticuerpo monoclonal anti IL-1β (canakinumab) redujo la recurrencia de eventos isquémicos en comparación con placebo (sin modificar el colesterol-LDL) en pacientes con enfermedad coronaria previa tratados con estatinas y otros fármacos cardio-protectores a las dosis máximas toleradas, pero que tenían un “riesgo inflamatorio” residual con PCR > 2 mg/L. Estudios clínicos subsiguientes en pacientes coronarios demostraron que la colchicina, un antiinflamatorio de amplio espectro eficaz en el tratamiento de la gota y la pericarditis, también reducían los eventos isquémicos sin influir la colesterolemia. En la actualidad hay una plétora de estudios en fase II para determinar los efectos cardiovasculares de nuevos anticuerpos monoclonales bloqueadores de citoquinas u otros antiinflamatorios (3). Estas evidencias no han modificado por ahora la práctica clínica del manejo del riesgo de ECV, pero representan un avance conceptual notable sobre la importancia del sistema inmunitario en la patogenia y tratamiento de la aterosclerosis. Debemos destacar que hay una modalidad terapéutica de la inflamación crónica mucho más simple, universalmente disponible y con un coste nulo para la salud pública: la dieta. Sabemos que la dieta es el determinante más importante a nivel global de la salud de la población y que hay nutrientes, alimentos y patrones dietéticos que promocionan la salud y otros que la deterioran. Entre los primeros están los carbohidratos complejos, la proteína vegetal, los ácidos grasos insaturados y micronutrientes como vitaminas y polifenoles; los alimentos vegetales (verdura, fruta, legumbres, frutos secos, aceites de oliva o semillas): y las dietas de base vegetal, como la dieta mediterránea, la dieta DASH, la dieta vegetariana y otras. Entre los segundos están los azúcares simples, la proteína animal y los ácidos grasos saturados y trans; las bebidas azucaradas, productos de bollería y pastelería, carnes y derivados y alimentos ultra-procesados; y los patrones dietéticos ricos en estos productos, lo que se ha denominado genéricamente “dieta occidental”. La dieta y sus componentes pueden afectar el riesgo de enfermedad por múltiples mecanismos, como el balance energético, el metabolismo lipídico, el control glucémico, el estrés oxidativo y la microbiota intestinal, pero también la inflamación. En este sentido, los nutrientes y compuestos bioactivos más antiinflamatorios son los ácidos grasos omega-3, la fibra vegetal y los polifenoles. Las dietas más saludables son siempre antiinflamatorias y entre ellas destaca la dieta mediterránea por su mayor efecto reductor de biomarcadores de inflamación (4), lo cual contribuye en gran manera a sus bien conocidos efectos beneficiosos sobre la salud. Los patrones dietéticos menos saludables son siempre pro-inflamatorios, como se puede apreciar si se calcula el “índice inflamatorio de la dieta” (IID), que se basa en la frecuencia de consumo de alimentos y nutrientes de este tipo. Un reciente “meta-análisis de meta-análisis” de estudios observacionales concluye que el IID se asocia de modo convincente con el riesgo de enfermedad coronaria y de modo altamente sugestivo con el riesgo de cáncer y mortalidad total (5). Por tanto, la mejora de la calidad del patrón dietético a una dieta con propiedades antiinflamatorias es un factor protector, no solo de aterosclerosis y sus consecuencias, sino del riesgo de enfermedades crónicas y muerte prematura. Sin embargo, parece que existe un divorcio entre el conocimiento sofisticado de los mecanismos de inflamación y posibilidades terapéuticas “de alta gama” por los investigadores de la inmunidad en la aterosclerosis y el mero reconocimiento de la utilidad de la nutrición: en la documentada revisión de la ref. 3, en la que el propio título habla de “estrategias terapéuticas”, no se mencionan una sola vez las palabras “nutriente, “alimento” o “dieta”. Esta vez, esperamos que el mensaje no se pierda. Emilio Ros, MD, PhD Lipid Clinic, Endocrinology & Nutrition Service Emeritus Investigator, Institut d’Investigacions Biomèdiques August Pi Sunyer (IDIBAPS), Barcelona IDIBAPS Hospital Clínic Villarroel, 170. 08036 Barcelona Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CIBEROBN), Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), España Referencias 1. Libby P, Ridker PM, Maseri A. Inflammation and atherosclerosis. Circulation. 2002;105:1135–43. 2. Xie Y, Xu E, Bowe B, Al-Aly Z. Long-term cardiovascular outcomes of COVID-19. Nat Med. 2022 Feb 7. doi: 10.1038/ s41591-022-01689-3. Epub ahead of print. 3. Engelen SE, Robinson AJB, Zurke YX, Monaco C. Therapeutic strategies targeting inflammation and immunity in atherosclerosis: how to proceed? Nat Rev Cardiol. 2022 Jan 31:1–21. doi: 10.1038/s41569-021-00668-4. Epub ahead of print. 4. Koelman L, Egea Rodrigues C, Aleksandrova K. Effects of dietary patterns on biomarkers of inflammation and immune responses: A systematic review and meta-analysis of randomized controlled trials. Adv Nutr. 2022;13(1): 101-15. 5. Marx W, Veronese N, Kelly JT, et al. The dietary inflammatory index and human health: An umbrella review of meta-analyses of observational studies. Adv Nutr. 2021;12(5):1681-90. 5

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