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12 Junio 2017

Descongelamiento del permafrost:

La nueva amenaza sanitaria del cambio climático

Este problema no es nuevo. Las antiguas civilizaciones egipcia, mesopotámica y maya junto con las poblaciones europeas de la edad del hielo pasaron por experiencias similares: vicisitudes de origen natural.

Durante las últimas semanas, ha sido materia de debate el famoso Acuerdo de París, firmado en 2015 en la capital francesa por 195 de los 197 países miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas, que refleja el mayor consenso de la comunidad internacional en torno al cambio climático.

Dicho texto estipuló que tanto las naciones desarrolladas como los países en vías de se comprometían a gestionar la transición hacia una economía baja en carbono; y que los países ricos darían apoyo financiero a los demás para ayudarles a reducir sus emisiones y adaptarse a los efectos de este cambio. 

Para eso, cada nación debía confeccionar cada cinco años un documento en que cual estipule y explique sus planes climáticos generales, las medidas concretas establecidas y las cifras de sus emisiones. El ánimo de este acuerdo era contener el aumento de la temperatura por debajo de los 2°C respecto a la era preindustrial y tratar de limitarlo a 1,5 °C

Durante el siglo XX, la temperatura media de la superficie terrestre aumentó en 0,6º C aproximadamente y unas dos terceras partes de este calentamiento se produjeron desde 1975. Estas variaciones significan la alteración de los sistemas biofísicos y ecológicos de la tierra a escala planetaria, cuyas evidencias son claras: agotamiento del ozono estratosférico, reducción acelerada de la biodiversidad, presiones sobre los sistemas terrestres y marinos productores de alimentos, empobrecimiento de las reservas de agua dulce y la diseminación mundial de contaminantes orgánicos persistentes.

Los peligros para la salud humana que suponen estas nuevas condiciones climáticas van desde el riesgo de fenómenos meteorológicos extremos hasta modificaciones de la dinámica de las enfermedades infecciosas. Hecho que, en 2008, reconoció la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya que muchas enfermedades mortíferas son sensibles a las condiciones climáticas, de las que depende su incidencia y propagación.

A lo largo de la historia, los seres humanos han cohabitado con virus y bacterias, a los que se han hecho frente con el descubrimiento y desarrollo de antibióticos. Sin embargo, los microorganismos causantes de las enfermedades no se han quedado atrás y han respondido mejorando su resistencia. 

La lucha pereciera ser interminable, pero los científicos no bajan los brazos y siguen trabajando para vencer a estos enemigos conocidos. Pero, ante tantas alteraciones, dentro de la comunidad científica surgió, hace ya una década, una interesante pregunta: ¿qué pasaría si, de un minuto a otro, la humanidad se viera expuesta a bacterias y virus mortales que han estado "dormidos" durante miles de años, o que no se sabía que existían? (DOI: 10.3402/gha.v4i0.8482)

El año 2016 fue calificado como uno de los más calurosos desde que se tienen registros, lo que trajo consigo el acelerado deshielo en zonas cercanas al Polo Norte que develó una insospechada reaparición.

En agosto del año pasado en la Península de Yamal, un aislado rincón de la tundra siberiana ubicada en el Círculo Polar Ártico, un niño de 12 años murió y, al menos, 20 personas fueron hospitalizadas después de haber sido infectadas por ántrax, conocido también como carbunco. 

El Bacillus anthracis se caracteriza por formar unas esporas muy resistentes, capaces de permanecer latentes en el sustrato, en la carne del animal muerto o en el hueso durante décadas, pero que al liberarse se pueden transmitir por inhalación, por ingestión o por contacto.

Por primera vez, en 75 años, la peste siberiana de la II Guerra Mundial volvía a atacar. Y no fue el único caso. Se descubrió un virus de viruela que permanecía enterrado en el hielo, patología erradicada en los años 70’ (DOI: 10.1016/j.puhe.2016.06.014); y en Alaska se encontró el cadáver de una mujer enterrada que había muerto por gripe A.

El brote de ántrax  tuvo un sospechoso e inmediato culpable: el calor extremo que está descongelando el permafrost, es decir, las capas de suelo en permanente estado de congelación, las cuales cubren el 24 por ciento de la superficie del hemisferio norte  y contienen altísimas cantidades de metano y dióxido de carbono. 

Hasta ahora, no había sido un problema. Sin embargo, el aumento de las temperaturas ha provocado su inexorable descongelamiento y, consecuentemente, la liberación de parte de los gases contaminantes de efecto invernadero que en él se albergaba.

Este hecho no causó sorpresa dentro de la comunidad científica internacional, ya que en 2011, investigadores de la Academia Rusa de Ciencias habían publicado un estudio en la revista Global Health Action donde alertaban lo que podría suceder con 200 fosas comunes de reses que murieron de ántrax en la provincia rusa de Yakutia, al este de Siberia, si las temperaturas seguían aumentando. (doi: 10.3402/gha.v4i0.8482)

Y lo que temían ocurrió en Rusia: el permafrost tenía enterrados los cadáveres de animales que habían muerto por brotes sucedidos decenas de años atrás. A causa del calentamiento global, muchos de esos cadáveres emergieron, porque esa bacteria puede sobrevivir en el suelo hasta más de un siglo, reviviendo así fantasmas sanitarios del pasado.

Si se sigue derritiendo aceleradamente la congelación perpetua, es posible que se abra una vía para acceder a zonas que, se suponía, eran impenetrables, lo que podría provocar la aparición de virus que, por ahora, permanecían dormidos.

El cambio climático nos está advirtiendo que, a largo plazo, la buena salud de la población dependerá también de que los sistemas ecológicos y físicos de la biosfera se mantengan estables y en correcto funcionamiento. 

Por eso, es tan importante hacer un llamado categórico para que el mundo entero despliegue estrategias que estabilicen el cambio climático y programas de adaptación previsores para reducir al mínimo las repercusiones sanitarias que este problema está causando, para el bienestar de las futuras generaciones. 

Por Carolina Faraldo Portus

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