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07 Diciembre 2015

Una peste mortífera e inmortal

La peste negra es considerada la pandemia más devastadora de todos los tiempos. Claro que su propia historia está lejos de terminar, ya que no ha sido erradicada, no existe vacuna y sigue causando muertes en varios países.

A fines de octubre de 2015 las alarmas sanitarias estadounidenses, y por qué no mundiales, se encendieron luego que se confirmara el diagnóstico positivo de peste negra en una adolescente de 16 años en el estado de Oregón, a consecuencia, presumiblemente, de una picadura de una pulga durante un viaje al condado de Morrow.

La noticia despertó preocupación, más aún si se considera que el 22 de junio de 2015, en Colorado, un joven falleció por esta misma causa. Claro que en este caso, el diagnóstico tardío fue determinante, porque sus síntomas iniciales, mareo y fiebre, confundieron a los médicos tratantes, quienes pensaron que se trataba de una gripe al no presentar los bubones que caracterizan a la enfermedad. Él también fue picado por una pulga que lo habría contagiado.

Pese a que expertos califican a la peste negra como una patología extremadamente rara en los tiempos que corren, tan sólo escuchar su nombre genera cierto grado de, por decir lo menos, intranquilidad. Y es que en el inconsciente colectivo persiste el recuerdo del gigantesco daño que provocó la enfermedad desde mediados del siglo XIV. Si bien resulta difícil cuantificar con total precisión el número de víctimas fatales, diferentes investigaciones cifran en, aproximadamente, 50 millones de muertos en África, Asia y Europa. En este último continente arrasó con la mitad de la población. Fue una plaga atroz, que se abrió paso sin mayor resistencia e impuso su mortífero dominio por casi 300 años.

“La mortandad devoró tal multitud de ambos sexos que no había quien cargara los muertos a enterrarlos, pero hombres y mujeres llevaron en hombros los cuerpos de sus pequeños hasta la iglesia y los arrojaron en una fosa común, de la cual se levantó tal hedor que era casi imposible pasar por el camposanto”. Así describe una crónica de la catedral de Rochester, Inglaterra, los efectos de la epidemia entre 1314 y 1350.

Volviendo a Oregón, desde 1995 se han registrado ocho casos, favorablemente, sin desenlaces fatales. Ahora bien, de acuerdo con cifras del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, en ese país se han reportado siete casos anuales como promedio en las últimas décadas, sin embargo, en lo que va de 2015 ya van confirmadas 16 personas infectadas.

En este escenario, existen algunas certezas que podemos citar. Primero: la enfermedad se transmite a través de las ardillas, otros roedores salvajes y sus pulgas. Cuando un roedor infectado enferma y muere, sus pulgas se mudan a otro animal o infectan a los humanos con sus picadas.

Segundo: puede ser tratada con antibióticos si se diagnostica a tiempo, pero es mortal si no se aborda con prontitud. Sus síntomas son fiebre alta, letargo e inflamación de los ganglios linfáticos.

Tercero: hasta el momento no existe una vacuna para esta enfermedad, por lo que las autoridades sanitarias de Estados Unidos recomiendan evitar cualquier contacto con roedores salvajes en áreas endémicas (Nuevo México, Arizona, California y Colorado), especialmente si están enfermos o muertos.

Cuatro (último y peor de todos): 700 años después, la peste negra sigue matando personas en Estados Unidos, África y América Latina. A pesar de los adelantos científicos, de mejores niveles de sanidad y de conocerse el medio de transmisión, la enfermedad no ha sido erradicada. Es endémica en Madagascar, República Democrática del Congo y Perú. Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), también persiste en Ecuador, Bolivia y Brasil.

Cólera divina

Hubo muchas teorías en la Europa de la Edad Media frente a la aparición de esta enfermedad. Algunas, heredadas de la medicina clásica griega, atribuían el mal a los miasmas, es decir, a la contaminación del aire provocada por la emanación de materia orgánica en descomposición, la cual se transmitía al cuerpo humano a través de la respiración o por contacto con la piel. También hubo quienes atribuyeron su origen a la astrología, por la conjunción de determinados planetas, los eclipses o bien el paso de cometas. Incluso existió una variante geológica, que responsabilizaba a las erupciones volcánicas y movimientos sísmicos, los que liberaban gases tóxicos. Desde una u otra perspectiva, todos estos hechos se consideraban fenómenos sobrenaturales achacables a la cólera divina por los pecados de la humanidad. Es más, por ignorancia y superstición la gente asociaba a los gatos con el demonio, por tanto se creyó que estos animales propagaban la enfermedad para castigar al hombre. En respuesta, hubo verdaderas matanzas que disminuyeron la población de gatos en varios lugares, facilitando supervivencia y reproducción a las ratas, las verdaderas transmisoras de la peste a través de sus pulgas.

Recién en el siglo XIX se dejaron estas ideas de lado y el temor a un nuevo brote a escala planetaria impulsó la investigación científica. Fue así como los bacteriólogos Shibasaburo Kitasato y Alexandre Yersin, de forma independiente pero casi al unísono, descubrieron que el origen de la peste era una bacteria, denominada Yersinia pestis, que afectaba a las ratas negras y a otros roedores. Se transmitía a través de los parásitos que vivían en esos animales, en especial las pulgas (Chenopsylla cheopis), las cuales inoculaban el bacilo a los humanos con su picadura. Se descubrió entonces que se trataba de una zoonosis. Eso explicaba la facilidad de su contagio en Europa, donde en la época de la gran epidemia se vivía en muchas partes en condiciones de hacinamiento y la pobreza obligaba a recurrir a cualquier lugar para resguardarse, compartiendo espacios con las ratas.

La enfermedad se presentaba en las ingles, axilas o cuello, con la inflamación de alguno de los nódulos del sistema linfático acompañada de supuraciones y fiebres altas que provocaban en los enfermos escalofríos, espasmos, delirio y fuertes dolores. El ganglio linfático inflamado recibía el nombre de bubón, de donde proviene el término peste bubónica, que era su manifestación más común. Pero había otras variantes: la peste septicémica, en la cual las bacterias pasaban directamente a la sangre, causando hemorragias que dejaban visibles manchas oscuras en la piel (por eso el nombre de peste negra); y la peste neumónica, que afectaba el aparato respiratorio y provocaba una tos expectorante que podía dar lugar al contagio a través del aire. Ambas formas no dejaban supervivientes. Las personas que asistían a los enfermos utilizaban una máscara con una gran nariz en forma de pico, donde ponían diferentes hierbas aromáticas, no sólo para evitar sentir el fuerte olor que reinaba en el ambiente, como describen algunos textos de la época, sino que principalmente porque pensaban que así podían disminuir el riesgo de ser contagiados por vía aérea. 

Riesgo endémico 

Bolivia, Brasil, Ecuador y Perú son los países donde, para la OPS, la peste negra se presenta de forma endémica. Los casos que ahí se registran ocurren en poblaciones rurales, la gran mayoría de las veces cuando existen cuadros de extrema pobreza. El riesgo es mayor si se sitúan en las proximidades de posibles focos.

De acuerdo a un informe elaborado por el organismo en 2013, entre los años 2000 y 2012 se reportaron 120 casos en la región, siendo 87% de ellos en Perú. Se perdieron cinco vidas en el departamento de La Libertad. “Aunque es una enfermedad desatendida, es posible eliminarla como problema de salud pública en la zona”, coinciden miembros de la Organización Panamericana de la Salud, quienes en todo caso advierten que frente a la presencia de un gran reservorio animal que porta los trasmisores de la enfermedad es muy difícil, o más bien imposible, erradicarla por completo.

La peste negra tiene una tasa de mortalidad de 30 a 60 por ciento si no se trata oportunamente. Sin embargo, el manejo con antibióticos es efectivo si se logra un diagnóstico temprano. Científicos han intensificado la investigación en este campo, a fin de mejorar el diagnóstico y desarrollar una vacuna efectiva, que no sólo ponga fin a la larga historia de esta peste, sino que también disminuya el remoto riesgo de que esta enfermedad pueda llegar alguna vez a utilizarse como un arma biológica. El peligro de un gran brote, como el que asoló a Europa, está descartado por especialistas.

“Para que se produzca una plaga es necesario que las pulgas portadoras vayan infectando sucesivamente a centenares, a miles de roedores. Sólo cuando la mortalidad entre esta especie es demasiado elevada, el parásito busca hospederos alternativos, que pueden ser otros animales, o los seres humanos. Los humanos sólo somos hospederos accidentales de la peste. Las principales víctimas de este bacilo son las ratas y los roedores”, explica la doctora Helen Donoghue, infectóloga del University College de Londres.

Lo que también está claro es que la peste aún existe en las poblaciones de roedores silvestres en todo el mundo, lo que provoca brotes ocasionales. Alrededor de dos mil casos son reportados a la Organización Mundial de la Salud (OMS) cada año, particularmente de África, donde es muy probable que existan más casos sin diagnosticar por las condiciones de pobreza extrema.

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