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18 Abril 2016

Salud mental: inversión clave para el desarrollo económico

Estudio de la OMS asegura que destinar recursos para el tratamiento de la depresión y ansiedad, más allá de una mirada sanitaria, resulta muy rentable para el crecimiento de los países.

La depresión es uno de los principales retos para la salud pública. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 350 millones de personas en todo el planeta padecen la enfermedad, de los cuales, menos del 25 por ciento tendría acceso a tratamientos efectivos, situación que en el mediano plazo agravaría aún más el escenario, estimándose que para 2030 se convierta en la primera causa de discapacidad. 

Debido a su inicio temprano, a su impacto funcional y a que tiende a la cronicidad y a la recurrencia, la depresión es una de las principales causas de discapacidad y representa un 4,3% de la carga global de enfermedad.

Entre los obstáculos más comunes para una atención eficaz se encuentran la falta de recursos y de personal sanitario capacitado y la evaluación clínica inexacta. En países de todo tipo de ingresos, las personas con depresión no siempre son correctamente diagnosticadas, mientras que otras que en realidad no la padecen son a menudo evaluadas erróneamente y tratadas con antidepresivos. A esto hay que sumar la estigmatización social de los trastornos mentales, lo que contribuye a la poca visibilidad de estos pacientes.

Las personas con este cuadro presentan tasas elevadas de comorbilidad y mortalidad. La asociación entre depresión y enfermedades físicas y mentales es directa y compleja, ya que la depresión predispone a su padecimiento y al mismo tiempo la presencia de las mismas incrementa la probabilidad de sufrir este problema mental. Lo anterior, junto al abuso de sustancias, puede motivar conductas suicidas, particularmente en niños y adolescentes.

Una de cada cinco personas llegará a desarrollar un cuadro depresivo en su vida, aumentando este número si se presentan otros factores como comorbilidad o situaciones de estrés. La realidad, evidentemente, obliga a mantenerse alerta frente a la aparición de sintomatología como baja autoestima y estado de ánimo, exceso de irritabilidad en niños y adolescentes, pérdida de interés por las actividades cotidianas, variaciones significativas de peso, insomnio o hipersomnia, dificultades psicomotoras, fatiga constante, disminución de la capacidad para tomar decisiones, pensar o concentrase, sentimiento de inutilidad o de culpa inapropiados y, por último, pensamientos recurrentes de muerte e ideas suicidas.

Por otra parte, en varios países la depresión constituye una de las principales causas de baja laboral por incapacidad temporal y permanente, vale decir, genera un alto impacto funcional y en la productividad. Expertos plantean que se trata del trastorno mental más costoso en Europa y representa, entre gastos directos e indirectos, un 33% del total de los recursos destinados a salud mental, neurología y neurocirugía.

Los costos indirectos debido a bajas por enfermedad y pérdida de productividad suponen un 61% de esos dineros, mientras que los costos directos se reparten entre la atención ambulatoria (61%), hospitalizaciones (9%), tratamiento farmacológico (8%) y mortalidad (3%).

En este contexto, la Organización Mundial de la Salud se propuso cuantificar los beneficios económicos que generan los tratamientos de la depresión y ansiedad. En rigor, se trata de la primera vez que se realiza una estimación sobre las ventajas para la salud y la economía de las inversiones en el tratamiento de las formas más comunes de desórdenes mentales a escala mundial.

Las conclusiones fueron publicadas en The Lancet Psychiatry (doi:10.1016/S2215-0366(16)30024-4) y ofrecen argumentos convincentes para realizar mayores inversiones en salud mental en todos los países, independientemente de su nivel de ingresos. “Sabemos que el tratamiento de la depresión y de la ansiedad se justifica plenamente por la salud y el bienestar, y este estudio también confirma su conveniencia económica”, comentó la doctora Margaret Chan, directora general de la OMS. Según el trabajo, por cada dólar invertido en el tratamiento de la depresión y la ansiedad existe el potencial retorno de cuatro dólares en mejoras relacionadas con la salud y la capacidad laboral.

La investigación consideró los costos estimados de 36 países (de bajos, medios y altos ingresos), desde 2016 hasta 2030. Se incluyeron los recursos que se destinarán a medicación antidepresiva y asesoramiento psicológico. El presupuesto en este ítem asciende a 147.000 millones de dólares, pero se espera que el retorno sea muy superior, ya que el gasto debería traducirse en una mejora del 5 por ciento en la tasa de actividad y productividad laboral, lo que en términos monetarios arroja una cifra de 399.000 millones de dólares. A esto hay que sumar otros 310.000 millones de dólares por mejorías en términos de salud.

Sin embargo, la inversión en servicios destinados a la salud mental es mucho menor de lo que se requiere. Según el Atlas de la Salud Mental de la OMS, los gobiernos gastan una media del 3% de sus presupuestos sanitarios en salud mental, oscilando entre el 1% en aquellos con pocos recursos y el 5% en los países más ricos.

“Ahora tenemos que encontrar maneras de asegurarnos de que el acceso a los servicios de salud mental se convierta en una realidad para todos los hombres, mujeres y niños, donde sea que vivan”, agregó la doctora Chan.

Debido a la relevancia de esta materia, el 13 y 14 de abril de 2016 se reunieron en Washington, Estados Unidos, ministros de economía, agencias de desarrollo, médicos y académicos para discutir cómo poner la salud mental en el centro de la agenda de salud y crecimiento en todo el mundo.

“A pesar de los cientos de millones de personas que viven con un trastorno mental, esta realidad ha permanecido en la sombra por mucho tiempo. Este no es sólo un tema de salud pública, es un tema de desarrollo. Necesitamos actuar ahora porque la pérdida de productividad es algo que la economía global simplemente no puede asumir”, sostuvo Jim Yong Kim, presidente del Grupo del Banco Mundial.

Lo que se busca es diseñar en el corto plazo estrategias para aumentar la inversión, a nivel planetario, en prevención y manejo de la depresión y ansiedad. “La salud mental necesita ser una prioridad humanitaria y de desarrollo transversal, y una prioridad en cada país. Necesitamos ofrecer tratamiento, ahora, a quienes más lo necesitan y a las comunidades donde viven, de lo contrario, la enfermedad mental continuará eclipsando el potencial de las personas y de las economías”, aseguró el doctor Arthur Kleinman, profesor de antropología médica y psiquiátrica de la Universidad de Harvard.

Por Óscar Ferrari Gutiérrez

Mundo Médico

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