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16 Mayo 2016

Nutrición cardiosaludable con historia milenaria

Un reciente estudio publicado en el European Heart Journal reveló que la dieta mediterránea reduciría el riesgo de infartos y accidentes cerebrovasculares no sólo en personas sanas, sino también en aquellas con antecedentes de este tipo.

Popularmente, la palabra dieta se asocia –erróneamente- a la práctica de restringir la ingesta de comida para obtener sólo los nutrientes y la energía necesaria para conseguir o mantener cierto peso corporal. Sin embargo, etimológicamente hablando, la palabra deriva del griego diaita que significa “estilo de vida”.

Este concepto define a la perfección a la Dieta Mediterránea (DM), aquella forma de alimentación que ha cautivado a muchas personas en todo el mundo. Sus atributos van más allá de ser una pauta meramente nutricional, rica y saludable, porque reflejan un contexto cultural y social lleno de tradiciones, creencias locales, sabores e identidad de países como España, Francia, Portugal, Grecia, Italia, antigua Yugoslavia, Turquía, Siria, Egipto, Israel, Argelia, Túnez y Marruecos.

Se trata de un modo de subsistencia equilibrado que recoge recetas, formas de cocinar, celebraciones, costumbres, productos típicos y actividades humanas diversas. Esa exquisita transversalidad hace que pueda ser incluida en los hábitos alimenticios de niños, adolescentes y adultos sin contraindicaciones.

Este patrón alimentario se caracteriza por ser rico en verduras y frutas frescas, legumbres, pescados, papas, cereales integrales y frutos secos, productos mínimamente procesados que aportan gran cantidad de antioxidantes, vitaminas, minerales y fibra.

Entre las muchas propiedades beneficiosas para la salud, se puede destacar el tipo de grasa que lo caracteriza, las proporciones en los nutrientes principales que guardan sus recetas y la riqueza en micronutrientes que son fruto de la utilización de verduras de temporada, hierbas aromáticas y condimentos. 

Las primeras investigaciones sobre la comida mediterránea se iniciaron en 1938 con el epidemiólogo Leland Allbaugh, quien estudió las costumbres de los habitantes de Creta y concluyó que la elección de los suministros era sorprendentemente bueno. En general, los hábitos alimentarios estaban extremadamente bien adaptados a sus necesidades, recursos naturales y económicos.

En la década del 60´, el fisiólogo estadounidense Ancel Benjamin Keys siguió esta línea investigativa. Conociendo los datos aportados por el doctor Allbaugh comenzó a desarrollar el Seven Countries Study, un trabajo cooperativo sobre la epidemiología de las enfermedades cardiovasculares (ECV) en Finlandia, Estados Unidos, Japón, Holanda, Grecia, Italia y Yugoslavia. 

Esta fue la primera vez en que se examinó sistemáticamente la relación entre dieta, estilo de vida, factores de riesgo y tasas de enfermedad coronaria y accidente cerebrovascular. Se reclutaron 12.763 hombres entre 40 y 59 años, pertenecientes a 16 cohortes. Se les realizaron estudios estandarizados de los estilos de vida y factores de riesgo cardiovascular, al comienzo y después de cinco y 10 años de seguimiento. Además, los investigadores recogieron los datos de mortalidad durante 25 años en una primera fase del análisis. 

El seguimiento reveló importantes diferencias en la frecuencia de la cardiopatía coronaria y en la mortalidad entre países: en el sur de Europa era de dos a tres veces inferior a la del norte de Europa o Estados Unidos. Estos contrastes se relacionaron con el consumo de grasas totales y saturadas de los países incluidos, así como con el promedio de colesterol de las cohortes. 

Estos resultados permitieron al doctor Keys concluir que el tradicional patrón dietético adoptado por los países de la cuenca del Mediterráneo, particularmente en la isla de Creta, podrían explicar los beneficios en salud encontrados. Fue en ese momento cuando nació el interés real por la denominada dieta mediterránea.

Un reciente estudio publicado en el European Heart Journal (Eur Heart J. 2016 Apr 24:1-9) evidenció que esta forma de alimentación puede reducir el riesgo de ataque cardíaco y accidente cerebrovascular en personas que ya tienen enfermedad cardíaca. Por lo que la clave para prevenir estos eventos estaría en enfatizar los alimentos sanos en la dieta y no sólo prohibir aquellos malos para la salud.

La investigación, desarrollada por científicos de la Universidad de Auckland en Nueva Zelanda, analizó los hábitos alimentarios en 15.482 personas con una edad media de 67 años de 39 países, que padecían una enfermedad coronaria estable. 

Los resultados mostraron que por cada 100 personas que comían la mayor proporción de alimentos saludables de la dieta mediterránea, había tres ataques cardiacos, apoplejías o muertes menos frente a 100 personas que ingerían la menor cantidad de alimentos saludables durante casi cuatro años de seguimiento, desde el momento en que los participantes se unieron a la investigación.

Pero lo más sorprendente para los investigadores fue descubrir que el consumo de una dieta rica en alimentos fritos, carbohidratos refinados y bebidas azucaradas no aumentaba el riesgo de padecer un ictus. Esta conclusión sugiere que comer mayores cantidades de alimentos saludables es más importante para las personas con enfermedades del corazón. Tener una dieta sana parece tener efectos protectores.

“Esto no significa que las personas pueden comer alimentos poco saludables con impunidad. El mensaje principal es que algunos alimentos –en particular las frutas y hortalizas- pueden disminuir el riesgo de problemas cardiovasculares. Por lo que es recomendable aumentar su consumo”, recalcó el doctor Ralph Stewart, uno de los profesionales que encabezó el estudio.

Más allá de los beneficios saludables contrastados científicamente, la dieta mediterránea es también Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad a partir del 16 de noviembre de 2010, cuando el Comité Intergubernamental de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) la declaró como tal, al “constituir un estilo de vida que equilibra al individuo con su entorno, tanto en lo que respeta a la naturaleza como a su mundo social y cultural”.

Este legado es necesario transmitirlo y para eso hay que vivirlo y hacerlo propio. Por eso, la primera recomendación es comenzar a internalizar esta dieta en la vida para que no se convierta en un concepto abstracto, sino que concreto. La alimentación saludable puede ser perfectamente compatible con el placer que produce degustar platos sabrosos.

Por Carolina Faraldo Portus


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