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10 Septiembre 2018

Hacia la administración oral de insulina

Proveer la hormona sin necesidad de agujas es el avance más importante en la investigación sobre diabetes desde 1921, cuando los científicos canadienses Frederick Grant Banting y Charles Best lograron aislar la sustancia en un laboratorio por primera vez.

La diabetes mellitus (DM) es una de las enfermedades crónicas de mayor prevalencia en el mundo y una de las patologías no transmisibles más antiguas. Ya era conocida antes de la era cristiana: en el Papiro de Ebers en Egipto del siglo XV a. C, se describen enfermos que adelgazan, tienen hambre continuamente, orinan en abundancia y se sienten atormentados por una enorme sed.

Areteo de Capadocia fue quien, en el siglo II d. C, le dio a esta afección el nombre de diabetes, que en griego significa sifón, refiriéndose al signo más llamativo: la eliminación exagerada de agua por el riñón, con lo cual quería expresar que ésta entraba y salía del organismo del diabético sin fijarse en él.

Sin embargo, la patología no fue reconocida como tal hasta 1679, cuando el médico inglés Tomás Willis realizó una descripción magistral de ella, quedando registrada como entidad clínica por su sintomatología. Él estableció dos tipos de diabetes: una, que aquejaba a un mayor número de pacientes, cuya orina era dulce, la mellitus; y otra sin sabor, la insipidus. Por eso, se le conoció también como enfermedad de Willis.

Actualmente, sabemos que se trata de una condición crónica que sobreviene cuando el cuerpo no puede producir suficiente insulina o no es capaz de utilizarla eficazmente. Esta hormona producida en el páncreas se necesita para transportar la glucosa desde la sangre al interior de las células del cuerpo, donde se utiliza como fuente de energía. 

La diabetes es un problema de salud pública importante y una de las cuatro enfermedades no transmisibles (ENT). Tanto el número de casos como la prevalencia han aumentado progresivamente en los últimos decenios. A escala mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que 422 millones de adultos tenían diabetes en 2014 en comparación con 108 millones en 1980. 

Esta enfermedad presenta tres variantes: diabetes tipo 1 (DM1); tipo 2 (DM2) y diabetes gestacional (DMG), aunque ya se está hablando de otras versiones, como la diabetes monogénica, producto de una mutación genética individual; y la diabetes secundaria, que surge como consecuencia de otras patologías.

La hiperglucemia producida, con el tiempo, daña los tejidos del cuerpo y desencadena una serie de complicaciones para la salud como infarto al miocardio, accidentes cerebrovasculares, insuficiencia renal, amputación de miembros inferiores, pérdida de agudeza visual y neuropatía, que pueden ser incapacitantes y poner en peligro la vida de las personas.

La DM1 –también llamada insulinodependiente, juvenil o de inicio en la infancia- es causada por una reacción en la que el sistema inmune ataca las células beta, productoras de insulina, que se encuentran en los islotes pancreáticos. Como resultado, el organismo produce poca o nada de insulina, provocando una deficiencia relativa o absoluta de la hormona. 

Los principios de este proceso destructivo no se entienden plenamente, pero se sabe que la combinación de susceptibilidad genética y desencadenantes medioambientales –como infecciones virales, toxinas o algunos factores dietéticos- podrían estar implicados.

La DMT1 es la tercera condición crónica más común en la infancia. Estos pacientes necesitan mantener un buen control glicémico para sobrevivir. Es por eso que deben inyectarse varias veces en el día y recibir insulina basal o administrar insulina subcutánea continua, mediante una bomba infusora.

Esta forma de administración podría estar pronto a cambiar hacia una más cómoda y menos invasiva, que asegure una mayor adherencia al tratamiento, sobre todo en pacientes que sufren de dolor y fobia a las agujas.

Científicos de la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas John A. Paulson de la Universidad de Harvard, desarrollaron una nueva fórmula para transportar la hormona por vía oral, aún no probada en personas.

La investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Science (PNAS) destaca que había sido difícil encontrar un método para administrar la insulina oralmente, porque la proteína no se desarrollaba bien cuando se encuentra en un ambiente ácido como el estómago y era mal absorbida fuera de intestino. (DOI: 10.1073/pnas.1722338115)

Este conocimiento previo los llevó a crear una cápsula, cuyo revestimiento no puede ser disuelto por las enzimas del sistema digestivo, a la que le insertaron la insulina en un líquido hecho de dos sustancias seguras para los seres humanos: colina, molécula natural presente en las vitaminas del complejo B; y ácido geránico, un aromatizante de alimentos que sólo puede dispersarse cuando alcanza el ambiente alcalino del intestino delgado, permitiendo así que sólo el líquido que transporta a la insulina sea liberado.

“La ingestión oral de la insulina reproduciría de manera más exacta la forma en que un páncreas sano la produce y administra al hígado. Una formulación que, además de biocompatible, sería fácil de fabricar y podría ser almacenada a temperatura ambiente durante más de dos meses, lo que aún no se puede hacer con las inyecciones disponibles”, explicó el doctor Samir Mitragotri, profesor de la Universidad de Harvard y uno de los autores de la investigación.

Para la comunidad médica internacional, esta novedosa tecnología es uno de los avances más importante en la investigación sobre diabetes desde 1921, cuando los científicos canadienses Frederick Grant Banting y Charles Best lograron aislar, por primera vez, la sustancia en un laboratorio. Ahora los investigadores estadounidenses quieren continuar los estudios con modelos animales antes de evaluar su eficacia y seguridad en humanos.

Por Carolina Faraldo Portus

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