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08 Mayo 2017

El raro síndrome que cambió para siempre a Goya

Académica de la Universidad de Maryland, Estados Unidos, asegura haber resuelto lo que hasta hace poco era considerado uno de los misterios médicos más fascinantes de la historia.

A 44 kilómetros al sudoeste de Zaragoza (España), específicamente en la comarca aragonesa de Campo de Belchite, en la ribera del río Ebro, existe un pequeño pueblo donde viven apenas 180 habitantes. Durante décadas su población se ha dedicado a la agricultura, ganadería y la explotación de la piedra caracoleña, caracterizada por su elevada porosidad y cualidades para la construcción. Se trata de Fuendetodos, un pueblo que en los últimos años ha incursionado en la producción de energía eólica y el turismo.

Para ser sinceros, el lugar podría ser un simple punto más en el mapa, sin embargo, el 30 de marzo de 1746 ocurrió algo que lo sacó para siempre del anonimato. Ahí nació Francisco de Goya y Lucientes, uno de los hombres más talentosos de ese país, exponente del Romanticismo y precursor del Impresionismo.

Fue el artista plástico, pintor y grabador más destacado de finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX en España, en virtud de sus múltiples creaciones en caballete, murales, grabados, dibujos y retratos de personajes de la política y la alta sociedad. Sus obras religiosas lo llenaron de prestigio y en 1789 fue nombrado pintor de la corte de Carlos IV, siendo el retrato colectivo “La familia de Carlos IV” uno de sus trabajos de mayor trascendencia, actualmente conservado en el Museo del Prado de Madrid. Otros retratos famosos son “La condesa Chinchón”, “La maja vestida” y “La maja desnuda”. Su pincel tampoco quedó indiferente a los horrores de la guerra de la Independencia española, conflicto bélico desarrollado entre 1808 y 1814.

En 1815, Goya se retiró de la escena pública. Falleció el 16 de abril de 1828, a la edad de 82 años, en Burdeos, Francia, presumiblemente como consecuencia de un accidente cerebrovascular, aunque no se descartan complicaciones provocadas por una patología venérea, el síndrome de Ménière o incluso una intoxicación crónica por el plomo, conocida como saturnismo o enfermedad de los pintores. Sus restos permanecen desde 1919 en la ermita de San Antonio de la Florida (Madrid), al pie de una cúpula que el aragonés pintara un siglo atrás.

Pero hay algo que aún no mencionamos respecto a Goya, una particularidad que, opinan expertos, marcó un viraje en su obra, empujándolo hacia la madurez artística y su máxima expresión creativa: su sordera, padecimiento que lo acompañó desde 1792. Lo que se sabe es que durante el otoño de ese año, en un viaje a Andalucía (España), sufrió intensos dolores de cabeza, mareos, vértigo, ataxia y pérdida de visión y oído. Su condición se extendió por un par de meses y médicos de la época diagnosticaron un “cólico”. Tenía 46 años y hasta entonces gozaba de buena salud. 

No está claro si la enfermedad se manifestó de forma gradual o repentina, tampoco si hubo fiebre. Se habla de fuertes zumbidos y que debió guardar reposo por semanas. En su fase inicial, Goya tuvo dificultades para mantener el equilibrio y durante un tiempo no pudo subir ni bajar escaleras por miedo a caer. Estaba con náuseas, se quejaba de dolor abdominal y no tenía apetito. Luego vino lo peor: dificultad para ver, confusión, alucinaciones y parálisis facial. El problema fue que los médicos que lo asistieron no dejaron constancia de sus observaciones o conclusiones. Incluso se habla de dos patologías distintas, que se manifestaron solo con algunos meses de diferencia. Vale decir, no existe evidencia o pista que entregue algo de certeza más allá de todos estos relatos. El hecho concreto es que finalmente recuperó sus facultades, salvo la audición.

Dado lo que representa su figura, las especulaciones son interminables y se cuentan casi dos docenas de diagnósticos. Uno más acaba de surgir, esta vez, desde la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, Estados Unidos. 

“El diagnóstico más probable es el síndrome de Susac, cuyo origen es desconocido, aunque se trataría de una enfermedad autoinmune que provoca la inflamación de las ramificaciones de las arterias que terminan en los capilares que riegan el cerebro, la retina y el oído interno. Esto explicaría todos los síntomas de Goya, incluyendo las jaquecas, alucinaciones y la recuperación espontánea de los síntomas, la recuperación de la vista, pero la pérdida permanente del oído”, detalló la otorrinolaringóloga Ronna Hertzano.

En palabras simples, la profesional utilizó la técnica del descarte, basándose en cartas del propio Goya a sus amigos y en toda la información anteriormente descrita. “Hay otras posibles etiologías, incluyendo la sífilis, pero improbables por su incompatibilidad con una completa recuperación -a excepción de la pérdida de oído- y una larga vida posterior. Así, si hubiera sido un caso de meningitis bacteriana, la ausencia en aquella época de antibióticos, le habría salido mucho más cara a Goya, costándole incluso la muerte. En cuanto a la intoxicación por plomo, de nuevo, la intensidad de la enfermedad y la casi completa recuperación en ausencia de un tratamiento apropiado lo hacen menos probable”, aseguró la profesora del Departamento de Otorrinolaringología, Cirugía de Cabeza y Cuello de la casa de estudios superiores norteamericana.

El síndrome de Susac (SS) es un trastorno raro caracterizado por la siguiente tríada: disfunción del sistema nervioso central (SNC), oclusiones de ramas arteriales retinianas (BRAO) e hipoacusia neurosensorial (SNHL). Esto debido, presumiblemente, a oclusiones de microvasos en el SNC, la retina y el oído interno, por causas autoinmunes. Su incidencia es bajísima y afecta principalmente a mujeres. Se estima que en la actualidad lo padecen no más de 300 personas en todo el mundo.

La doctora Hertzano descartó otras posibles causas como la malaria, de gran incidencia en la España de entonces, o la esclerosis múltiple, ya que la aparición a la vez de todos los síntomas en vez de hacerlo de forma progresiva, la descartaría. “También se puede rechazar otra rara afección, la encefalomielitis aguda diseminada, que, aunque podría explicar todos los síntomas, no se presenta asociada a una profunda pérdida de audición bilateral”.

“Los tres principales problemas causados por el síndrome de Susac son la alteración de la función cerebral (encefalopatía), el bloqueo parcial o completo (oclusión) de las arterias que suministran sangre a la retina y la enfermedad del oído interno que generalmente produce pérdida auditiva y afecta el equilibrio. El sistema inmunológico del paciente ataca equivocadamente al tejido saludable”, argumentó.

Si el problema mayor de los afectados por el síndrome es la encefalopatía, explicó la especialista, la enfermedad puede durar de uno a tres años generalmente resolviéndose espontáneamente. “En los casos donde el mayor efecto es la oclusión de la retina o el daño en el oído interno, la patología suele permanecer entre tres y diez años y en el segundo supuesto produce una pérdida de la audición”.

La otorrinolaringóloga cree que, si bien no existe un tratamiento para curar el síndrome de Susac, un implante coclear (dispositivo disponible a partir de 1957) colocado en las primeras fases de la enfermedad podría haber ayudado a Goya a recuperar una audición funcional. De hecho, basándose en el mismo principio, el artista lo intentó mediante electroterapia, pero las descargas vía electrodos en ambos oídos no dieron resultado.

Para algunos, la sordera de Goya fue clave en su obra, pero hay quienes piensan que la pérdida de audición nada tuvo que ver con la evolución de sus trabajos. Lo que no está en discusión es que el extraño síndrome cambió el resto de su vida.

Por Óscar Ferrari Gutiérrez

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