El lado positivo del autismo
Se suele postular que quienes padecen algún tipo de trastorno del espectro autista ven la vida de otra forma. Recientes investigaciones dan cuenta que en esa diferencia está, precisamente, la verdadera riqueza de estas personas.
Cadence, una pequeña australiana de siete años que padece autismo, se hizo mundialmente conocida en 2015 luego que su madre –Angela- publicara una nota en la que ambas sostenían una conversación escrita sobre su condición.
La misiva mostraba el pavor que la niña sentía por ser potencialmente considerada una persona mala por sufrir este trastorno neurológico complejo que afectaría a uno de cada 150 niños en edad escolar.
“Los adultos siempre dicen que es duro ser madre o padre si tu hijo tiene autismo y dicen en la televisión que si tienes autismo lastimas a la gente. Y que los chicos que son autistas tienen que ser puestos en una cárcel para mantener a otros a salvo o atarlos. ¿Ser autista me hace mala?”, escribía Cadence a su madre.
Acercar esta condición al mundo para poder hacerles entender un poco más en qué consiste fue el objetivo que Angela persiguió al viralizar esta misiva que, sin usar un lenguaje demasiado técnico, llegó al corazón de padres de niños con espectro autista, médicos y personas en general.
El autismo es un problema muy antiguo, no se sabe exactamente desde cuándo existe, pero su conocimiento con base científica data de 1911 cuando el psiquiatra suizo Eugen Bleuler acuñó e introdujo el término para describir el retraimiento autista como una “característica concomitante de las patologías esquizoides relacionadas con el rechazo de contacto con otras personas y la realidad”.
Se trata de un trastorno del desarrollo de origen neurobiológico, que se suele identificar durante los dos primeros años de vida. Forma parte de los Trastornos del Espectro del Autismo (TEA), un conjunto de trastornos complejos que afectan al desarrollo del sistema nervioso y al funcionamiento cerebral, especialmente, en los aspectos relacionados con el procesamiento de la información que proviene de los estímulos sociales.
Esta condición daña la capacidad de una persona para comunicarse y relacionarse con otros. Se le asocia a rutinas y comportamientos repetitivos como arreglar objetos obsesivamente o seguir rutinas muy específicas. Los TEA son fundamentalmente cinco: el autismo clásico, el síndrome de Rett, de Asperger, el trastorno general del desarrollo no especificado y el desintegrativo infantil y sus síntomas pueden oscilar desde leves hasta muy severos.
No se trata de una enfermedad, muchas veces, se la confunde con una. No tiene cura, pero sí es posible mejorar el rendimiento personal de cada individuo a través de terapias que permitan desarrollar sus habilidades sociales. Es un aspecto con el que tienen que convivir siempre, de ahí la importancia de que todas las personas sean capaces de conocerlos y de aprender de ellos.
Si bien se trata de un trastorno que presenta muchas las barreras en su diario vivir, es necesario hacer justicia y destacar que posee fortalezas y cualidades que, muchas veces, quedan ocultas tras el planteamiento del problema.
Los niños con TEA se caracterizan por presentar problemas en juegos actuados, interacciones sociales y comunicación tanto verbal como no verbal, algo que en este mundo globalizado suena como un verdadero pecado.
Pero si se desglosa su comportamiento, se podría postular que se relacionan de manera diferente con las personas que los rodean: poseen un círculo de confianza muy selecto, el cual está marcado por una lealtad y una honestidad basadas en una total confianza; son capaces de dar todo lo que tienen y de cuidar esa amistad, ese amor o ese cariño como poca gente; expresan lo que sienten con total sinceridad, un atributo distintivo, que en la sociedad en la que vivimos es muy difícil encontrar; tienen una gran capacidad de escucha, sin emitir valoraciones propias continuamente; al momento de responder, si es necesario, buscan el aprovechamiento del tiempo, la captación y exposición de la información realmente importante.
Poseen una gran capacidad para recordar nombres de personas, caras, voces o temas de interés; son dueños de un rico y extraordinario vocabulario, siendo capaces de inventar ingeniosos juegos de palabras, gracias a esa imaginación especial y única que los caracteriza.
Grandes genios de la historia sufrieron alguna forma de autismo a lo largo de su vida. Entre ellos, Albert Einstein. De niño, era muy inteligente y técnico para su edad. No fue un buen estudiante, porque se aburría durante las clases. Sus investigaciones e ideas, eran abstractas e imaginativas, pero él encontraba la forma de concentrarse totalmente en ellas, comportamiento común en algunos tipos de Asperger.
El escritor de “Alicia en el país de las maravillas”, Lewis Carroll desde pequeño fue un precoz lector y sufrió epilepsia. Aunque no fue declarado autista, existen rasgos de su personalidad que para la medicina lo confirman. Stanley Kubrick, el famoso director de cine, fue conocido por su perfeccionismo y por ser huraño. Le hipnotizaba la compañía de animales y se sentía nervioso con la gente. El cofundador de Microsoft, Bill Gates, desde muy joven demostró una perspicacia inigualable en la informática. Los movimientos de balanceo continuo cuando está concentrado, evitar el contacto visual y tender a ser rabioso serían las señales que revelarían algún grado de autismo o síndrome de Asperger. Michael Phelps, considerado el mejor nadador de la historia, en 2004 fue la sensación de los Juegos Olímpicos de Atenas y en los de Pekín 2008. Consiguió el récord de ocho medallas de oro. Sin embargo, su TEA sobresale luego de competir: a la hora de ganar una prueba no es capaz de sonreír.
El autismo es una capacidad distinta, no una discapacidad. Más allá del túnel de las limitaciones, existe una luz al final de él lleno de regalos para personas que con ese nivel de atención, con esa extraordinaria capacidad de abstracción y con esa tremenda capacidad de concentración, podrían hacer de este mundo un lugar mejor.
Por Carolina Faraldo Portus
